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28/4/12

Un marino decente

 
(El 'Canarias') 


(El 'Nabarra') 
Hace tiempo que no tecleo en plan abuelito Cebolleta, contando alguna peripecia histórica. Así que refrescaré una que, en realidad, es epílogo de otra que ya referí hace tres años -Un gudari de Cartagena- sobre el combate del pesquero armado republicano Nabarra con el crucero nacional Canarias durante la Guerra Civil. La acción tuvo lugar cerca del cabo Machichaco; y como señalé en su momento, es mi episodio favorito de la historia naval española del siglo XX. Lo que voy a contarles quizá contribuya a aclarar por qué. 

El 5 de marzo de 1937, durante una acción contra un pequeño convoy republicano, las 13.000 toneladas y las cuatro torres dobles del Canarias, capaces de disparar proyectiles de 113 kilos, se enfrentaron a un humilde bacaladero de la Euzkadiko Gudontzidia -ikurriña en la proa y bandera española con franja morada a popa- armado con sólo dos cañones de 101.6 milímetros. El combate fue brutal y sangriento: durante una hora, maniobrando con tenacidad suicida entre una fuerte marejada, el comandante del Nabarra, Enrique Moreno Plaza, un murciano al que la Enciclopedia Auñamendi llama «marino vasco nacido en la Unión» -confirmando, como dice mi amigo el marino y escritor Luis Jar, que los vascos nacen donde les da la gana-, y los cuarenta y ocho hombres de la dotación, lograron arrimarse lo bastante al crucero enemigo para sostener un combate que sus propios adversarios, en el parte oficial, calificarían de «eficaz y admirable». Y al fin, en llamas, sin arriar bandera, el pequeño Nabarra se hundió con treinta hombres a bordo -imposible compararlos con los miserables que hoy se llaman a sí mismos gudaris-, incluido el comandante. Con ellos murió también el cocinero, Pedro Elguezábal, que mientras se iban a pique, animado por una botella de coñac, enseñaba al Canarias un cuchillo desde la borda gritando: «Venid si tenéis huevos, cabrones». 

Ésa es la historia que conté hace tres años, aunque en folio y medio no me cabía el epílogo. Uno de esos adversarios que calificaron de eficaz y admirable la hazaña del humilde Nabarra fue el tercer comandante del Canarias, Manuel Calderón. Y ese marino de la escuadra nacional demostró, con su comportamiento tras el combate, una admiración por la valentía del enemigo derrotado, una compasión y una calidad humana que situaron en el mismo plano de grandeza moral, quizá por única vez en la sucia historia de nuestra Guerra Civil, a vencedores y vencidos; sobre todo en lo que se refiere al aspecto naval del conflicto, donde la saña de unos y otros desbordó la infamia, con asesinatos masivos de oficiales en la zona republicana y con una despiadada aplicación de la pena de muerte por parte de los tribunales franquistas a los marinos, mercantes o de guerra, capturados al bando enemigo. 

Ése fue el caso de los diecinueve supervivientes del Nabarra, que fueron condenados a muerte tras su desembarco y prisión. Y si no se cumplió la sentencia fue gracias a los esfuerzos del comandante del Canarias, capitán de navío Moreno, y sobre todo al tesón de su tercero, el capitán de corbeta Calderón, que removió cielo y tierra para salvar la vida de los vencidos. Calderón llegó al extremo de pedir una entrevista con el general Franco, en la que argumentó: «Esos hombres son unos héroes, y los héroes merecen vivir». Tanto insistió una y otra vez en alabar el valor de aquellos diecinueve marinos, que para quitárselo de encima Franco acabó concediendo el indulto y la liberación inmediata de todos ellos. «Sáquelos de la cárcel -fueron sus palabras exactas-. Y luego invítelos a comer chipirones. Pero pague usted de su bolsillo». 

Hubo algo más que chipirones. Porque Manuel Calderón siguió velando el resto de su vida por los supervivientes del Nabarra. Buscó trabajo a unos, recomendó a otros y protegió a todos para que no sufrieran represalias. Al marinero Lahoz le avaló un crédito bancario, al segundo oficial Olaveaga lo ayudó a obtener el título de capitán de la marina mercante, y cuando supo que al telegrafista Cahué le negaban trabajo en Baracaldo por sus antecedentes políticos, se presentó allí de uniforme, convocó al alcalde y al comandante de la Guardia Civil, y dijo que al día siguiente quería ver a Cahué trabajando. 
Fue Manuel Calderón, en suma, un marino decente y un hombre de honor. Con más gente como él, la suerte de la infeliz España habría sido entonces, y aún ahora, más afortunada de lo que fue y de lo que es. La prueba de que los hombres del Nabarra le profesaron idéntica lealtad y aprecio es que cuando Calderón, soltero y sin hijos, murió en 1979 en una residencia de ancianos, sus antiguos enemigos en el combate de cabo Machichaco lo habían hecho padrino de treinta y dos hijos y nietos. -
****

UN GUDARI DE CARTAGENA 

Colecciono combates navales desde niño, cuando mi abuelo y mi padre me contaban Salamina, Actium, Lepanto o Trafalgar, veía en el cine películas como 'Duelo en el Atlántico', 'Bajo diez banderas', 'Hundid el Bismarck', 'La batalla del Río de la Plata' o 'El zorro de los océanos' –John Wayne haciendo de marino alemán, nada menos–, o leía sobre el último zafarrancho del corsario Emden con el crucero Sidney frente a las islas Cocos. Dos episodios de la Guerra Civil española se contaron siempre entre mis favoritos: el hundimiento del Baleares y el combate del cabo Machichaco. Los conozco de memoria, como tantos otros. Cada maniobra y cada cañonazo. A veces, en torno a una mesa de Casa Lucio, cambio cromos con Javier Marías o Agustín Díaz Yanes, a quienes también les va la marcha aunque sean más de tierra firme: Balaclava, Rorke’s Drift, Stalingrado, Montecassino. Sitios así. 

La del cabo Machichaco es mi historia naval española favorita del siglo XX. Sé que lo de 'historia española' incomodará a alguno, pues se trata del más gallardo hecho de armas de la marina de guerra auxiliar vasca durante la Guerra Civil; pero luego matizo la cosa. Un episodio, éste, heroico y estremecedor, que tuvo lugar el 5 de marzo de 1937 frente a Bermeo, cuando el crucero 'Canarias' dio con un pequeño convoy republicano formado por el mercante 'Galdames' y cuatro bous armados de escolta. La mar era mala; el 'Canarias', el buque más poderoso de la flota nacional; y los bous, unos simples bacaladeros grandes, armados de circunstancias. Después de incendiar uno de ellos, el 'Gipúzkoa', que tras combatir pudo refugiarse en Bermeo, y alejar a otros dos, el crucero nacional dio caza al mercante, que paró sus máquinas. Luego decidió ocuparse del 'Nabarra'. 

Háganse idea. Un crucero de combate, blindado, de 13.000 toneladas, con cuatro torres dobles de 203 milímetros, capaces de enviar proyectiles de 113 kilos a 29 kilómetros de distancia, enfrentado a un bacaladero –el ex 'Vendaval', incautado por el gobierno vasco– de 1.200 toneladas, dotado con sólo un cañón de 101,6 a proa y otro igual a popa. El comandante del 'Nabarra' era un marino mercante asimilado a teniente de navío, que había pasado toda su vida profesional en los bacaladeros de la empresa pesquera PYSBE, y que al estallar la contienda civil decidió seguir la suerte que corrieran los barcos de ésta. Y al verse encima al 'Canarias', que lo batía desde 7.000 metros de distancia con toda su artillería, decidió pelear. Puesto a ser hecho prisionero y fusilado, dijo tras reunir a sus oficiales en el puente, prefería hundirse con el barco. Todos estuvieron de acuerdo. Así que se pusieron a ello. 

Fuerte marejada. Un cielo gris, viento y chubascos. Y hombres que se vestían por los pies. Arrimándose cuanto pudo, el humilde bacaladero consiguió meterle al crucero algún cañonazo en la amura de babor y otros que le tocaron palos y antenas. Durante una hora, maniobrando entre el oleaje, el 'Nabarra' sostuvo el fuego de un modo que los mismos enemigos –el comandante y el director de tiro del 'Canarias'– calificarían luego en sus partes de eficaz y admirable. Al fin, el cañoneo devastador del crucero liquidó el asunto cuando un impacto directo acertó en el puente del 'Nabarra', matando al timonel y al segundo oficial. Otro proyectil de 203 milímetros alcanzó la sala de máquinas y destrozó a cuantos estaban allí. Ya sin gobierno, aunque disparando sin cesar, el bacaladero encajó nuevos cañonazos enemigos. Al fin, viendo imposible proseguir el combate, su comandante dio orden a los supervivientes de que intentaran salvarse, quedándose él a bordo con el primer oficial hasta que el barco estalló y se fue a pique. Sólo veinte de los cuarenta y nueve tripulantes consiguieron llegar a los botes salvavidas. El resto, comandante incluido, desapareció en el mar. 

Y ahora quiero apuntar un detalle que las fanfarrias oficiales y algún historiador de pesebre local suelen dejar de lado cuando se menciona la acción del cabo Machichaco: el comandante que de ese modo cumplió su deber y su palabra, hundiéndose con el barco después de tan atrevido combate, respetado y obedecido por sus hombres hasta el último instante de sus vidas, no era vasco. Había nacido en La Unión, Cartagena. Paisano mío. Estaba casado con una guipuzcoana llamada Natividad Arzac, hija del médico de Pasajes –una sobrina suya, Pilar Echenique Arzac, vive todavía en San Sebastián–, y peleó, como mandaban las ordenanzas, con la ikurriña izada en la proa y la bandera tricolor de la República Española ondeando en la popa, hasta que a las dos las desgarró, juntas y al mismo tiempo, la metralla del 'Canarias'. Enrique Moreno Plaza, se llamaba el tío. Teniente de navío de la Euzkadiko Gudontzidia. Con un par de huevos exactamente donde hay que tenerlos. Acababa de cumplir treinta años. 

El Semanal, 12 de octubre de 2008
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Yo he visto cosas que vosotros no creeríais. Atacar naves en llamas más allá de Orión. He visto Rayos-C brillar en la oscuridad cerca de la Puerta de Tannhäuser. Todos esos momentos se perderán en el tiempo como lágrimas en la lluvia.Es hora de morir

Autor del articulo
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Si te ha gustado lo mejor que debes hacer es ir a su blog/pagina.*****En mi blog no puedes dejar comentarios , pero si en el del autor. ********HA ENTRADO EN el BLOG/ARCHIVO de VRedondoF. Soy un EMPRESARIO JUBILADO que me limito al ARCHIVO de lo que me voy encontrando "EN LA NUBE" y me parece interesante. Lo intento hacer de una forma ordenada/organizada mediante los blogs gratuitos de Blogger. Utilizo el sistema COPIAR/PEGAR, luego lo archivo. ( Solo lo  INTERESANTE según mi criterio). Tengo una serie de familiares/ amigos/ conocidos (yo le llamo "LA PEÑA") que me animan a que se los archive para leerlo ellos después. Los artículos que COPIO Y PEGO EN MI ARCHIVO o RECOPILACIÓN (cada uno que le llame como quiera) , contienen opiniones con las que yo puedo o no, estar de acuerdo. ******** Cuando incorporo MI OPINION, la identifico CLARAMENTE,  con la unica pretension de DIFERENCIARLA del articulo original. ***** Mi correo electronico es vredondof(arroba)gmail.com por si quieres que publique algo o hacer algun comentario.
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11/4/12

Otumba, la victoria imposible




La gesta de armas más asombrosa que un español haya culminado con éxito en toda la historia la llevó a cabo Hernán Cortés a principios de julio de 1520 en la llanura de Otumba, entonces todavía parte del Imperio Azteca. Fue algo tan desigual que todavía hoy sorprende comprobar que nuestros abuelos se alzasen con la victoria, siendo tan pocos y frente a tantos enemigos.
De un lado estaban los españoles –no más de 400–, apoyados por un grupo de aliados tlaxcaltecas –unos 200–; del otro, los aztecas en pleno con su caudillo al frente, aproximadamente unos 40.000 hombres. Resumiendo, tocaban a cerca de 70 mexicas por cada español. Ni el mismísimo Hércules.


La pregunta que, inevitablemente, asalta a cualquier curioso es cómo se pudo ganar aquella batalla. Y más aún sabiendo que el magro ejército de Cortés estaba en las últimas. Apenas le quedaban caballos ni pólvora, que fueron las dos armas-milagro que facilitaron la conquista de América. Habían salido huyendo con lo puesto de Tenochtitlán, estaban agotados, malcomidos y desmoralizados, es decir, en la peor de las condiciones para resistir el embate rabioso de todo un imperio.


Aislados del mundo, a miles de kilómetros del español más cercano, cabía la posibilidad de rendirse, pero en México no sucedía como en Europa, donde si uno se rendía perdía el honor pero salvaba el pellejo. Allí las cosas funcionaban de otra manera. Los soldados del tlatoani (emperador) de los mexicas seguían una lógica la mar de sencilla: enemigo apresado, enemigo sacrificado, probablemente por lento degollamiento en lo alto de una pirámide para solaz del vulgo y aplacamiento de las iras divinas. Rendirse era sinónimo de degollina infamante, así que a Cortés y los suyos no les quedaba otra que resistir hasta el último suspiro, plantar batalla a cara de perro y morir como hombres. Es decir, ser españoles; aunque eso, claro, los aztecas no lo sabían, no tenían ni idea de los extremos de terquedad a que podían llegar los hijos de la remota España.


Ganar no iban a ganar, pero tampoco iban a perder del todo, porque el guerrero que resiste hasta la muerte al menos conserva el honor. Sabiendo que no tenía oportunidad de llegar hasta la ciudad amiga de Tlaxcala, y que el segundo del tlatoani, el llamado Cihuacóatl, les había cortado el paso, el extremeño decidió pararse y combatir. La muerte era segura, así que Cortés se puso tremendo y arengó a sus soldados para que muriesen dejando el pabellón bien alto. A voz en cuello, y cuando ya se escuchaba el tumulto del enemigo, se dirigió a ellos y les dijo:
Amigos, llegó el momento de vencer o morir. Castellanos, fuera toda debilidad, fijad vuestra confianza en Dios Todopoderoso y avanzad hacia el enemigo como valientes.
Los aztecas no sabían demasiado de estrategia bélica ni de sofisticados planteamientos tácticos. Cuando vieron que los españoles eran tan pocos, les rodearon. Aunque muchos y bravos combatientes, la intención de los aztecas no era matar a los españoles, sino capturarlos para llevárselos presos y luego sacrificarlos. Les traía sin cuidado cuántos de los suyos cayesen, lo importante era satisfacer a los dioses. En una igual no se iban a encontrar, de modo que se pusieron a ello, tratando de herir pero no matar a los españoles y de buscar la salida para los cautivos entre la marabunta emplumada y saltarina que asediaba el fortín de Cortés.


Pero aquella extravagancia, aunque no lo pareciese, constituía una ventaja. Los hombres de Cortés pronto se percataron de que el enemigo tenía fines distintos a los suyos y supieron ponerlo a su favor. De entrada, la tropa española se cerró en banda, colocando a los piqueros en la parte exterior del círculo para ir repeliendo los ataques. Los infantes se pusieron morados a matar aztecas, que se cuidaban muy mucho de no matarlos. Disponían, además, de una ventaja tecnológica: las armaduras. El armamento azteca era muy poco efectivo contra los cascos y corazas de los barbudos castellanos, que estaban especialmente motivados para jugársela porque sabían la suerte que les aguardaba si caían prisioneros.


Entre tanto, los pocos caballeros que tenían montura se reservaron para una misión muy especial que Cortés acababa de idear. Al otro lado de la colérica masa humana que les sitiaba, elevado sobre un pequeño cerro, se encontraba el campamento azteca. Desde el llano se podía ver a un personaje sentado sobre un palanquín, ataviado con una armadura de algodón, plumas sobre la cabeza y un vistoso estandarte en la mano. Ese, y no otro, era el famoso Cihuacóatl, el comandante en jefe de los aztecas.


Cortés sabía por sus aliados de Tlaxcala que, según las costumbres de aquella gente, cuando caía el capitán, las tropas, ayunas de mando y sin importar cuán numerosas fuesen, huían en desbandada. El problema era burlar el cerco. Cortés convocó a sus cinco capitanes para hacerles partícipes de su idea. Si conseguían cabalgar hasta el Cihuacóatl y matarle de una lanzada, la batalla estaría ganada. Como no había mucho donde escoger, serían los cinco capitanes los encargados de realizar la carga. Sólo habría una oportunidad. Su fracaso marcaría la derrota final y el fin de la aventura que hoy conocemos como la Conquista de México.


Los capitanes eran Gonzalo de Sandoval, Pedro de Alvarado, Cristóbal de Olid, Alonso Dávila y Juan de Salamanca. Se colocaron en fila, se miraron entre sí y, espada en mano, gritaron al unísono "¡Santiago!" para, acto seguido, lanzarse como fieras sobre los aztecas que les cercaban. Esa fue la primera carga de caballería de la historia de América. Ciertamente, algo modesta en dimensiones pero no en intenciones.


Tras superar el corto trecho que les separaba del campamento azteca, sin perder un solo segundo los cinco se dirigieron hasta el lugar desde el que el Cihuacóatl observaba la batalla.
A los aztecas los caballos les daban pánico, más si cabe cuando llevaban encima un tipo con casco, armadura y cara de, como les había pedido Cortés, vencer o morir. La escolta del Cihuacóatl huyó despavorida, dejando a su jefe desvalido y a merced de los jinetes. El azteca trató de huir junto a sus más fieles, pero Cortés, que se las sabía todas, ya lo había previsto y salió en su búsqueda. Le alanceó desde lejos, provocando que se cayese de la litera. Al incorporarse para continuar la huida a la carrera se dio de bruces con Juan de Salamanca, listo para darle la estocada definitiva y arrebatarle el estandarte.


Fue todo uno. Según cayó el Cihuacóatl y el estandarte pasó a las manos de Cortés, la desbandada de los aztecas fue inmediata. Imponente. Los pocos españoles que quedaban combatiendo en el llano se apresuraron a acelerar la matanza, con idea de escarmentar al enemigo en estampida. Persiguieron a los fugitivos en todas direcciones, dándoles muerte sin compasión. Al caer la tarde el llano de Otumba era un gigantesco cementerio, donde yacían los cuerpos sin vida de 10.000 aztecas y de sólo unas decenas de españoles. La victoria imposible se había consumado.


Cortés, sin llegar a creérselo del todo, se dirigió a Tlaxcala, desde donde planificaría el asalto final a Tenochtitlán. Pero eso aún era una incógnita. Sus hombres, sin llegar a ser conscientes de la proeza que acababan de realizar, se limitaron a agradecer al Altísimo la victoria. Bernal Díaz del Castillo lo consignó así en su Historia verdadera de la conquista de la Nueva España:
Todos dimos muchas gracias a Dios que escapamos de tan gran multitud de gente, porque no se había visto ni hallado en todas las Indias, en batalla que se haya dado tan gran número de guerreros juntos, porque allí estaba la flor de México y de Tezcuco y todos los pueblos que están alrededor de la laguna, y otros muchos sus comarcanos, y los de Otumba, Tepetezcuco y Saltocán, ya con pensamiento de que aquella vez no quedara roso ni velloso de nosotros.
Y es que la heroicidad nunca ha estado reñida con la modestia.


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  1. Batalla de Otumba - Wikipedia, la enciclopedia libre

    es.wikipedia.org/wiki/Batalla_de_Otumba
    La Batalla de Otumba fue un enfrentamiento entre las fuerzas mexicas encabezadas por Cuitláhuac y las de Hernán Cortés que se desarrolló el 7 de julio de ...
  2. Otumba - Wikipedia, la enciclopedia libre

    es.wikipedia.org/wiki/Otumba
    Otumba (del Náhuatl Otompan, "lugar de Otomís") es uno los 125 Municipios del Estado de México.Su definicion tradicional y chusca es que por este lugar paso ...
  3. Batalla de Otumba

    www.grandesbatallas.es/batalla%20de%20otumba.html
    La Batalla de Otumba tuvo lugar el 8 de julio de 1520 en los llanos de Otumba , México; enfrentándose fuerzas españolas comandadas por Hernán Cortés y ...
  4. La Batalla de Otumba | Conquista de México | Batalla Otumba ...

    www.todahistoria.com/la-batalla-de-otumba/
    10 Mar 2010 – La Batalla de Otumba. La Conquista de Tenochtitlan. Hernán Cortés, Moctezuma, Tlaxcala, Noche Triste, Pedro de Alvarado, Bartolomé de las ...

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El AUTOR de este articulo es :

GRANDES BATALLAS

Otumba, la victoria imposible

Por Fernando Díaz Villanueva

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Publicado por VRedondoF para H2B el 4/11/2012 06:38:00 AM
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3/4/12

Almas sin fronteras



- Brigadas internacionales. La historia de la Brigada Abraham Lincoln



Almas sin fronteras, un documental de Alfonso Domingo y Anthony L. Geist que rescata de la memoria a los brigadistas norteamericanos que lucharon en España durante la Guerra Civil con el bando republicano. La historia de la Brigada Abraham Lincoln Este documental ha localizado a 12 de los 2.800 voluntarios norteamericanos que lucharon en España contra las tropas de Franco. 


Embarcaron en Nueva York en diciembre de 1936 y el Gobierno de la República, cumpliendo acuerdos internacionales, los despidió en marzo de 1938 en Barcelona. En la Guerra Civil española murieron más de mil. El resto del contingente, el primero en la historia de los Estados Unidos donde negros y blancos lucharon sin ningún tipo de segregación racial, fueron muriendo a lo largo de los últimos setenta años. Este documental recorre la geografía norteamericana buscando a esos únicos supervivientes, protagonistas de una gesta que luchaba en España junto a otros 30.000 voluntarios procedentes de 54 países de los 66 que en aquel momento estaban reconocidos por la Sociedad de Naciones. 


En sus intervenciones en Almas sin fronteras los brigadistas norteamericanos narran fundamentalmente las motivaciones que les llevaron a luchar contra el fascismo en España. La crisis del 29 en Estados Unidos les hizo conscientes de que algo estaba ocurriendo en Europa. Se embarcaron para luchar en un país que ni siquiera conocían, pese a que el Gobierno estadounidense les había prohibido expresamente tomar parte en la guerra española para luchar contra el fascismo emergente en el Viejo Continente.   


Estaban convencidos de que si lograban detener a Franco evitarían la Segunda Guerra Mundial. Junto a los ancianos brigadistas participan en el documental dos de los historiadores norteamericanos que más han estudiado el fenómeno de las brigadas: el profesor Peter Carroll, de la Universidad de San Francisco, y el profesor Anthony L. Geist, de la Universidad de Washington.





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1/4/12

Escuchando al peregrino, por obligación




En muchas ocasiones me sorprende el conocimiento tan detallado que tenemos de algunos acontecimientos ocurridos hace siglos. También es cierto que no serán pocas las ocasiones en las que lo que ocurrió en realidad y lo que conocemos no se parezcan más que un poco, pero en cualquier caso es sorprendente. Hoy voy a narrarles una curistoria que justifica el porqué de ese conocimiento en un determinado ámbito, el porqué la tradición oral mantuvo durante años los hechos vivos. Hablamos de los peregrinos a Tierra Santa allá por el año mil.

Todos aquellos que viajaban desde occidente hasta Tierra Santa tenían derecho a ser escuchados a su vuelta. O dicho de otro modo, cuando un peregrino comenzaba a contar su historia, los que por allí andaban y pasaban debían pararse y prestar atención. Si el potencial público no se prestaba a escuchar y el peregrino se veía sólo, podía denunciar a los que habían huido de su narración sobre el viaje.

La denuncia se hacía frente al obispo local y a pesar de alegar ciertas obligaciones como justificación para no haberse parado a escuchar, los denunciados acababan siendo multados. ¿Dónde iba el dinero de dichas multas? A solucionar el problema inicial, es decir, a buscar oídos para la historia del peregrino.

El obispo buscaba a personas dispuestas a escuchar a cambio de dinero y a estos les pagaba con lo recaudado mediante las multas. Así, el peregrino tenía público para narrar las aventuras y desventuras de su viaje. Y así, algunas de aquellas historias, con un buen número de detalles, han llegado a nuestros días. Porque los peregrinos las esparcían por todo occidente y siempre había alguien escuchando. Bien por afición o bien por obligación.

Fuente: El viaje prodigioso, de Manuel Leguineche y María A. Velasco
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