El protagonista de esta historia pudo ser un gran jefe tribal de los pictos o fruto de la inventiva de Publio Cornelio Tácito, historiador, político y yerno de Agrícola, el gobernador de Britania que llevó las legiones hasta los confines de la isla. Poco se sabe de su vida, pero su presunto discurso previo a la batalla del Mons Graupius es todo un alegato de libertad.
En el verano del 77 Gneo Julio Agrícola fue designado como gobernador de Britania. La isla se encontraba por entonces en una tensa calma. Los rescoldos de la revuelta de Boudica ya se habían apagado, pero la frontera norte se había vuelto inestable. Una nueva revuelta protagonizada por la tribu de los brigantes durante el mandato del anterior gobernador Quinto Petilio Cerial había insuflado aires de libertad a muchas de las tribus al norte de Eboracum (la actual York), pero Cerial conjuró la rebelión y dispersó a los sublevados, refugiándose los irredentos muy al norte de sus tierras, en las brumosas montañas de la conocida por entonces como Caledonia (actual Escocia)
Agrícola realizó seis campañas para afianzar la estabilidad del norte de Britania, en el 78 tomando de nuevo la isla de Mona (Anglesey) y sofocando las revueltas de los ordovices (hoy Gales) y entre el 79 y el 83 se adentró casi hasta territorio picto. Ningún ejército romano había llegado tan al norte desde que César desembarcase en Britania más de un siglo antes (de hecho, hasta que la flota de Agrícola no circunnavegó Britania aquel año no estaban completamente seguros de que era una isla) Fue en esta penúltima campaña, en la del 83, cuando la Legio IX Hispana entró en contacto con nuestro protagonista.
Las tribus pictas, alentadas por los brigantes huidos del sur, decidieron enfrentarse a la amenaza que suponía un ejército romano acampado tan cerca de sus tierras. Por ello, y según Tácito, eligieron a un hombre que les acaudillara. Según el historiador romano, ese honor cayó en Calgaco, cuyo nombre en celta podría ser interpretado como calg-ac-os, “el hombre de la espada”. El erudito romano lo describió como “el más distinguido de nacimiento y el valor entre los jefes“. Teniendo en cuenta que todo lo que sabemos de este hombre y las campañas pictas se basa en el De Vita Iulii Agricolae, la crónica de la vida y hazañas de su admirado suegro, bien puede tratarse de un bárbaro idealizado para mayor gloria de Agrícola. El caso es que, en un ataque nocturno, los pictos asaltaron el campamento de la IX cerca del lago Ore. El asalto fue un fiasco, pero el peligro latente que la hostilidad picta representaba para la frontera britana hizo que Agrícola se embarcase en una sexta campaña llevando sus tropas mucho más al norte en busca de los indígenas que se habían atrevido a desafiar el poder de Roma.
En la primavera del 84, Gneo Julio Agrícola movilizó a la IX y a la XX Valeria Vitrix. Se cree que sus efectivos rondarían los 20.000 hombres, dos legiones a las que se sumarían cerca de 8.000 auxiliares britanos y 2.000 jinetes bátavos que se trajo desde Germania, mientras que la coalición de tribus pictas bajo el mando de Calgaco ascendería a unos 30.000 combatientes (y digo combatientes porque los pictos acudían al combate con sus familias, así pues eran hombres y mujeres). Los pictos eran gentes bravas e indómitas. Al estar dentro de la esfera de influencia celta, la literatura y el cine nos han dejado bastantes guiños sobre su apariencia, costumbres y modos. Pelirrojos, desgarbados, desnudos y pintarrajeados de azul, acudían al combate en familia. Sus carros de guerra suponían un importante desafío para un ejército eminentemente de infantería como el romano. La palabra griega Πικτοί (picti en latín) aparece por primera vez en el siglo III a.C. y puede traducirse como “los pintados” o “los tatuados”, pero también podría referirse a una etimología popular indígena, quizá procedente del celta Pehta o Peihta (luchador)
Calgaco evitó en varias ocasiones un enfrentamiento directo con el ejército de Agrícola, que se adentró en territorio enemigo hasta llegar a un punto indeterminado de los Montes Grampianos, al norte de la actual Perth, una colina a la que Tácito llamó Mons Graupius. Allí fue donde, rompiendo con la táctica de acoso y fuga que había llevado durante toda la campaña, la coalición picta le presentó batalla al gobernador romano. Quizá Agrícola forzase a Calgaco a enfrentarse al cortarle su cadena de suministros, quizá el consejo tribal – guerrero y no estratega – se cansó de acosar y huir y prefirió entablar combate en terreno conocido. Agrícola dispuso en lo alto de una colina rocosa a sus tropas, estirando las líneas todo lo que pudo para paliar la superioridad numérica enemiga. Los auxiliares britanos conformaron la primera línea, reservándose en retaguardia a la XX Valeria Vitrix y colocando a la caballería bátava en las alas. Los zapadores de la legión dispusieron de zanjas y empalizadas que estorbasen una posible carga de carros de guerra. Por el contrario, Calgaco colocó a todos sus efectivos frente a Agrícola, concentrando la infantería en un bloque y colocando a su caballería en vanguardia. Tras el clásico intercambio de proyectiles, venablos y flechas de las dos avanzadas, se produjo el ataque de la caballería picta en el flanco derecho romano, incursión que hizo estirarse aún más la línea romana para evitar cualquier brecha.
Calgaco entendió que su oportunidad estaba en aprovechar esta maniobra para quebrar el centro y lanzó el grueso de su ejército contra la línea romana. El gran problema picto fue no intuir que la disciplina y la pala eran las verdaderas armas de Roma. Las zanjas y el terreno pedregoso conjuraron la carga de carros, mientras que las turmae de caballería bátava espantaron a sus oponentes, produciendo su desbandada un efecto dominó en el resto de tropas. Agrícola fue uno de los militares más avezados de su tiempo, y reaccionó como tal. Había reforzado su primera línea con cinco cohortes bátavas, a las que siguieron las tropas veteranas y frescas de la XX Valeria Vitrix. La desmoralización se convirtió en fuga desordenada, desatándose una persecución que se tornó en matanza y sólo la caída de la noche evitó que las tropas romanas sacasen del bosque a todo picto armado. Ante la inmensa cantidad de prisioneros que caían en manos romanas se dio la orden de matar a todo enemigo… Tácito habla de 360 romanos muertos frente a 10.000 pictos. Puede que la cifra estuviese hinchada en exceso para allanarle el triunfo a su suegro, pero no sería el primer caso de unas cifras de bajas tan dispares entre vencedor y vencido en la historia del ejército romano republicano (Lúculo en Tigranocerta, César en Pharsalia o entre Londinium y Viroconium, por ejemplo).
Nada más se supo de Calgaco; no fue hecho prisionero, ni se sabe si murió junto a sus hombres o pudo huir al interior de Caledonia, lo que sí sabemos es lo efímero y fútil que fue aquel esfuerzo militar. Sin una fuerza armada que se opusiese a Roma, todo parecía abocado a que las tierras de los pictos pasasen a formar parte de la Britania romana, pero quizá los celos evitaron que la actual Escocia se convirtiera en parte del Imperio. Poco después de la victoria en el Mons Graupius, Cneo Julio Agrícola fue llamado a Roma. El emperador Domiciano, un psicópata envidioso y despótico, molesto por los logros militares de Agrícola, le ofreció el puesto de gobernador de la pacífica provincia de África, cargo que aquel rehusó por dos veces. Su insistente negativa, sumado a los rumores de frontera de que Agrícola era el único legado capaz de solucionar el problema germano, pudo alentar a Domiciano a ordenar su muerte por envenenamiento. El caso es que Agrícola falleció durante su exilio velado en su casa de la Galia en el 93; Tácito dejó entrever que la mano de Domiciano estuvo detrás y Dion Casio afirmó sin dudas que fue asesinado por orden del emperador.
Discurso de Calgaco
El discurso de Calgaco
Es muy poco probable que Calgaco soltase esta arenga a sus tropas antes del enfrentamiento que les llevaría a la muerte o el cautiverio, parecen más propias de alguien como Tácito, un erudito que ensalza a los enemigos de Roma para hacer así más gloriosas las victorias de sus legados, poniendo además en boca de un bárbaro muchos de los pensamientos que habrían servido para el guion de “Braveheart”. Este es un extracto del discurso que forma parte del De Vita Iulii Agricolae:
Cada vez que examino las causas de la guerra y las dificultades que nos ocasiona, tengo la gran esperanza en que en este día vuestra unión dará lugar a la independencia para toda Britania. Las batallas anteriores, donde hemos luchado contra los romanos con diversa fortuna, nos dejaban esperanza y reserva, porque para nosotros, que no hemos sido esclavizados a ninguna de las orillas, la mancha de la opresión no enturbiaba nuestras miradas. Situados en los confines del mundo y de la libertad, este alejamiento y lejanía nos ha defendido y cubierto nuestro nombre. Pero hoy Britania está abierta al enemigo…los romanos, cuya insolencia intentaremos evitar en vano con la sumisión y la reserva. Salteadores del mundo que, tras devastar todo, ya no tienen tierras que saquear y buscan en el mar; ávidos de poseer, si el enemigo es rico, de dominar si es pobre, ni Oriente ni Occidente les ha saciado… Robar, masacrar, arrebatar, esto es lo que llaman autoridad, y vacían territorios para establecer la paz.
Por cortesía de Ediciones B, se sorteará un pack con la trilogía de Roma de Santiago Posteguillo (“Las legiones malditas“, “Africanus. El hijo del Cónsul” y “La traición de Roma“) entre todos los que comenten o compartan este artículo en las redes.