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18/2/13

Ser o no ser noble, he ahí la obsesión


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EL 'MINISTERIO DE LOS NOBLES'. Los Reyes de España y los Príncipes de Asturias, posando el pasado noviembre en el palacio de la Zarzuela junto a los representantes de la Diputación Permanente y el Consejo de la Grandeza de España, presididos por Alfonso Martínez de Irujo y Fitz-James Stuart, duque de Aliaga (a la izquierda de don Felipe). El órgano agrupa a los Grandes de España y Títulos del Reino, que constituyen la única nobleza legalmente regulada. Asesoran a la Administración pública y al Rey sobre honores y distinciones, y sobre sucesión y rehabilitación de títulos nobiliarios. / SERGIO BARRENECHEA (EFE)
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Diecinueve años después de convertirse en duquesa de Fernandina, María Pilar González de Gregorio y Álvarez de Toledo, de 55 años, segunda de los tres hijos de la fallecida duquesa de Medina Sidonia, también conocida como la Duquesa Roja, ha pasado a engrosar la lista de los plebeyos, o, por lo menos, de los nobles sin título. Una reciente y escueta orden del Ministerio de Justicia la desposeía del ducado, “en trámite de aplicación de sentencia firme”, y anulaba la carta de rehabilitación del mismo, fechada en 1993.
La sentencia en cuestión, una más del medio centenar dictadas en la última década por el Tribunal Supremo sobre sucesiones nobiliarias, respondía a una demanda de su hermano mayor, Leoncio-Alonso González de Gregorio, de 56 años, actual duque de Medina Sidonia, que le puso un pleito nada más obtener ella el título. Y es que si los millonarios pelean por sus herencias, los nobles españoles —apenas 2.200 personas que se reparten cerca de 3.000 títulos— lo hacen por sus escudos y blasones, y con igual ferocidad.

El noble falsificador

La pasión por los títulos nobiliarios ha dado lugar a algunos casos de picaresca. Alfonso de Figueroa y Melgar, duque de Tovar, fue procesado, y condenado, en 1997 por falsificar, en los años ochenta, documentos para conseguir la rehabilitación de una serie de títulos nobiliarios.
Por sumas que oscilaban entre las 50.000 y las 250.000 pesetas (entre 300 y 1.500 euros), el duque, que contaba con un colaborador para sus manejos, se ocupaba, según quedó probado, no solo de la tramitación del expediente de rehabilitación, sino que confeccionaba también las instancias y los árboles genealógicos y conseguía las partidas de nacimiento, matrimonio y defunción, si el caso lo requería.
Gracias a estos manejos, logró la rehabilitación de unos 40 títulos. Títulos que el Ministerio de Justicia revisó de oficio para hacer limpieza. En esa etapa era posible rehabilitar un título aunque llevara siglos en desuso. El incidente provocó el endurecimiento de las normas de rehabilitación. Actualmente, los títulos que llevan más de 40 años en desuso no pueden ser rehabilitados.
En uno y otro caso parecen contar poco los lazos de sangre. El propio duque de Medina Sidonia tardó dos años en heredar los marquesados de los Vélez y de Villafranca del Bierzo, dos títulos agregados a la casa ducal, porque sus hermanos, Pilar y Gabriel, el menor, impugnaron la sucesión alegando que eran títulos incompatibles. Las instituciones competentes le dieron la razón al duque, que invocaba una tradición de más de dos siglos, para permitirle ostentar los títulos, los tres con Grandeza de España (máxima dignidad nobiliaria, creada por Carlos I, que llevan unas 400 personas). A sus dos hermanos, pese a haber nacido en una de las familias con mayor solera nobiliaria de España, no les ha tocado nada.
Otro noble damnificado por las peleas familiares es Íñigo Moreno de Arteaga, marqués de Laula durante nada menos que 49 años, hasta que su primo Íñigo de Arteaga y Martín, duque del Infantado, le quitó el título en 2010, después de una batalla de una década en los tribunales. Moreno de Arteaga, un estudioso de la Constitución de 1812, casado con Teresa de Borbón dos Sicilias, prima del Rey, tuvo la suerte de que el monarca compensara la pérdida haciéndole marqués de Laserna. El duque del Infantado quería el título para su hija menor, Carla, que es desde el año pasado la nueva marquesa de Laula, un título creado por Carlos I en el siglo XVI, vacante durante siglos, hasta que lo rehabilitó en 1913, el bisabuelo de la actual marquesa, Joaquín Ignacio de Arteaga y Echagüe.
Y es que los nobles viven pendientes del árbol genealógico, al acecho de títulos vacantes o dinastías al borde de la extinción, porque los títulos siguen siendo un bien preciado. Por más que ya no vayan acompañados de privilegio alguno (el último, el derecho de los Grandes de España a llevar pasaporte diplomático, desapareció en 1984) y estén desvinculados del patrimonio desde el siglo XIX. “Pero son importantes socialmente. En estos tiempos en los que triunfa el igualitarismo más total, un título es algo que distingue. Ninguna condecoración, ni siquiera la más alta, como el Collar de la Orden de Carlos III, vale tanto como un título que el Rey da. Los títulos están fuera del comercio y son intemporales”, dice Carlos Texidor, abogado experto en la materia que ha defendido a muchos nobles en sus pleitos familiares.
BATALLA EN LA CASA DE MEDINA SIDONIA. La hija de la llamada ‘Duquesa Roja’, María Pilar González de Gregorio y Álvarez de Toledo, el pasado marzo, en Madrid. Una demanda de su hermano mayor, Leoncio, actual duque de Medina Sidonia, la ha desprovisto del título de duquesa de Fernandina, que ostentó durante 19 años. / GTRESONLINE
Algo de cierto tiene que haber cuando son tantos los que se pelean por los títulos, y tanta la seriedad con la que las instituciones estudian las solicitudes. El Consejo de Estado, el máximo órgano consultivo del Gobierno español, es el encargado de realizar dictámenes sobre cada uno de los casos en litigio. En el último cuarto de siglo ha realizado 362, que, aunque no sean vinculantes, están avalados por el peso orgánico de la institución.
En manos del Consejo está decidir quién tiene más derecho a convertirse en marquesa de Arcos y condesa de Santa María de Loreto al morir sin descendencia la última poseedora. Las pretendientes, hasta noviembre del año pasado, eran la hija de la empresaria multimillonaria Esther Koplowitz y una dama llamada Emma de Zea que falleció al mes siguiente. Su hijo, el abogado Alfonso Caro de Zea, ha decidido mantener la solicitud.
“El título ha estado en manos de cuatro o cinco familias de Cuba con las que estamos emparentadas muchas personas”, explica por teléfono Caro de Zea, que justifica su interés en ser marqués “en el cariño a mis antepasados y a la tradición”. Una frase que suscribirían seguramente las dos hermanas Koplowitz, hijas de Esther Romero de Juseu y Armenteros, una aristócrata cubana. Desde que falleció su madre, en diciembre de 1968, han ido recomponiendo uno a uno los títulos del denso árbol genealógico familiar. Heredaron tres marquesados y un condado, y en largas peleas judiciales se hicieron con otro marquesado y un condado.
La pelea por ser marquesa del Real Socorro, un título en desuso que rehabilitó en 1930 Fernando Sainz de Incháustegui y García Moreno, conde de Alacha, la inició la madre de las Koplowitz, pero no se saldó con la victoria hasta 1971, cuando Alicia Koplowitz recibió el título. Su hermana Esther consiguió ser condesa de Peñalver (último título en discordia) en 1988.
PUGNA POR UN TÍTULO CREADO POR CARLOS I EN EL SIGLO XVI El duque del Infantado, Íñigo de Arteaga y Martín, le arrebató en los tribunales el título de marqués de Laula a su primo Íñigo Moreno de Arteaga, que lo ostentó durante 49 años, y se lo cedió a su hija Carla en 2011. En la imagen, el duque del Infantado junto a su familia en el funeral de su hijo Íñigo, que murió el pasado 14 de octubre en un accidente de avioneta. / EUROIMAGEN
Los títulos rehabilitados son, con cierta frecuencia, una presa fácil en los tribunales. Una vez que alguien desempolva los blasones tras mover un ingente papeleo y pagar una tasa que oscila entre los 3.000 y los 10.000 euros, surgen como por arte de magia los aspirantes con más derecho al título. “Gracias a la rehabilitación, los parientes pueden obtener esa gracia cuando no la han pedido las personas a quienes corresponde en primer lugar”, explica José Antonio Martínez de Villarreal y Fernández-Hermosa, conde de Villarreal, que preside laReal Asociación de Hidalgos de España (RAHE). “Con el tiempo, los descendientes de esas personas de derecho preferente ponen pleito a los descendientes de quienes obtuvieron la rehabilitación”. Y los ganan. Aunque, como en el caso de las Koplowitz, sea para ceder los títulos a los hijos.
Muchos nobles han hecho lo mismo para compensar de alguna manera la injusta ley sucesoria que reserva todo para el primogénito. Hasta el siglo XIX, la tendencia era más bien a acumularlos. “Era así porque las grandes casas nobiliarias se unían mediante matrimonios”, comenta Texidor. “El duque de Sessa, Vicente Pío Osorio de Moscoso, que vivió en el siglo XIX, llegó a ostentar 109 títulos”. Todavía hoy hay rastro claro de esa acumulación por bodas y herencias. Las 10 grandes casas ducales del país (Medinaceli, Alba, Osuna, Villahermosa, Alburquerque, Infantado, Borbón, Medina Sidonia, Fernán Núñez y Peñaranda) suman conjuntamente casi 200 títulos.
Aun así, las peleas más frecuentes han sido por el título principal de la casa, que históricamente se reservaba al varón mayor. El duque del Infantado, Íñigo de Arteaga y Martín, ha distribuido títulos entre sus tres hijas, pero reservó los principales para el único varón, Íñigo de Arteaga y del Alcázar, fallecido en un accidente de avioneta hace poco más de un mes. La heredera del ducado será la primogénita, Almudena de Arteaga, escritora y defensora de la ley de octubre de 2006 que equipara los derechos de hombres y mujeres en la sucesión nobiliaria, dominada hasta ese momento por el Código de las Siete Partidas de Alfonso X el Sabio, del siglo XIII.
La periodista Mercedes Milá acaba de renunciar al título de condesa de Montseny, con el que sucedería a su padre, José Luis Milá y Sagnier, recientemente fallecido
La ley de 2006 provocó una revuelta sin precedentes entre los nobles sin primogénitos varones, anclados en una tradición discriminatoria, que reaccionaron casi como si les quitaran los títulos. Lo que más les indignó es que se aplicara con carácter retroactivo, lo que permitió que algunas herederas empantanadas en pleitos sin esperanza consiguieran sus títulos. Por ejemplo, la diseñadora Agatha Ruiz de la Prada, que se convirtió en 2010 en baronesa de Santa Pau y marquesa de Castelldosrius, apeando a su tío de un título creado por Carlos II en el siglo XVII. O la marquesa de Isasi, Isabel Hoyos, hoy duquesa de Almodóvar del Río, marquesa de Hoyos y de Almodóvar.
Otras, como Natalia Figueroa, aspirante a marquesa de Santo Floro, perdieron el tren porque la justicia les denegó el derecho de primogenitura antes del cambio legislativo. “Pero la ley no ha acabado con la discriminación, porque al final heredan solo los primogénitos”, dice Vanessa Gil Rodríguez de Clara, profesora de Derecho en la Universidad CEU de Madrid y experta en Derecho Nobiliario. “Y no hay manera de resolver el problema, porque los títulos son indivisibles. Salvo que se aplique el modelo alemán en el que todos los hijos heredan el título. Por eso hay tantos aristócratas. Aunque carecen de reconocimiento legal porque Alemania es una República”.
HERMANAS, EMPRESARIAS MILLONARIAS Y NOBLES. Las Koplowitz, marquesas por partida doble cada una, han acaparado títulos para repartirlos entre sus hijos. Alicia Alcocer, hija de Esther (ambas, en la imagen, en 2000), pugna por obtener otros dos títulos al fallecer la señora que los usaba, en disputa con un joven abogado que ha heredado la batalla de su madre. /KORPA
Indiferente a una legislación que le favorece, la periodista Mercedes Milá, la mayor de seis hermanos, que podría haberse convertido en condesa de Montseny, sucediendo a su padre, José Luis Milá y Sagnier, recientemente fallecido, ha renunciado al título, según se ha conocido esta semana. Y lo mismo han hecho las dos hermanas que le siguen en el orden sucesorio, que han dejado el condado en manos del cuarto hermano, José María Milá Mencos.
El caso de Mercedes Milá es infrecuente, pero no excepcional. José Antonio Ozores Souto, de 78 años, pintor y marqués de San Martín de Hombreiro desde 1998, entregó el año pasado los tesoros de la familia al museo provincial de Lugo y renunció a un título que concedió el rey Fernando VII en 1817 a su antepasado José María de Prado y Neira. “Me avisó de un día para otro. Fue una sorpresa. No sé por qué lo hizo”, dice Fernando Salorio Ozores, su primo, que, espoleado por la familia, solicitó la sucesión. Diez meses después se la concedían, previo pago de una tasa de más de mil euros. “Mi vida no ha cambiado en absoluto”, explica por teléfono el nuevo marqués de San Martín de Hombreiro, abogado coruñés de 74 años. “Si solicité el marquesado fue porque a la familia le parecía mal que se quedara vacante. Tampoco yo quería que se perdiese un título con mucha tradición en Galicia. Pero yo sigo con mis paseos y las mismas rutinas. Tampoco me trata nadie de manera distinta. Solo aspiro a llevarlo con la dignidad debida”.

Los 48 de Juan Carlos I

Desde su coronación en 1975 y hasta 2011, el rey Juan Carlos I ha concedido 48 títulos nobiliarios, excluyendo los concedidos a los miembros de su familia, que son vitalicios y no hereditarios. La lista incluye a políticos, nobles, artistas, deportistas, científicos y empresarios.
» 1975. Señorío de Meirás, con Grandeza de España, a Carmen Polo de Franco, viuda de Francisco Franco Bahamonde. Ducado de Franco, conGrandeza de España, a María del Carmen Polo y Franco, hija de Francisco Franco.
» 1976. Grandeza de España para unir al marquesado de Lozoya, a Juan de Contreras y López de Ayala, historiador y literato. Marquesado de Arias, conGrandeza de España, a Carlos Arias Navarro, expresidente del Gobierno.
» 1977. Conde de Rodríguez de Valcárcel, a Alejandro Rodríguez de Valcárcel y Nebreda (a título póstumo), expresidente del Consejo de Regencia. Conde de Iturmendi, a Rita Gómez Nales, a la memoria de Antonio Iturmendi Bañales, expresidente del Consejo de Regencia. Duque de Fernández-Miranda, a Torcuato Fernández-Miranda y Hevia, expresidente de las Cortes.
» 1980. Conde de Villacieros, a Antonio Villacieros Benito, diplomático y exjefe de protocolo de la Casa del Rey.
» 1981. Duque de Suárez, al expresidente del Gobierno Adolfo Suárez González. Marqués de Bradomín, a Carlos Luis del Valle-Inclán y Blanco (a la memoria del escritor Ramón María del Valle-Inclán). Marqués de Salobreña, a Andrés Segovia Torres (compositor musical).
» 1982. Marqués de Dalí de Púbol, a Salvador Dalí Domenech (vitalicio por expreso deseo del titular).
» 1983. Grandeza de España para unir al marquesado de Valenzuela de Tahuarda, a Joaquín de Valenzuela y Alcíbar-Jáuregui, exjefe del Cuarto Militar de la Casa de Su Majestad el Rey.
» 1986. Marqués de Tarradellas, a José Tarradellas Joan, expresiden-
te de la Generalitat de Cataluña.
» 1987. Marqués de Marañón, con Grandeza de España, a Gregorio Marañón y Moya, a la memoria del médico, científico y humanista.
» 1991. Marqués de Águilas, a Alfonso Escámez López, banquero. Marqués de los Jardines de Aranjuez, a Joaquín Rodrigo Vidré, compositor y premio Príncipe de Asturias de las Artes. Marqués de Samaranch, a Juan Antonio Samaranch Torelló, presidente del COI.
» 1992. Conde de Latores, con Grandeza de España, a Sabino Fernández Campo.
» 1993. Grandeza de España, para unir al título de conde de los Gaytanes, a Luis de Ussía y Gavaldá, conde de los Gaytanes.
» 1994. Conde de los Alixares, a Emilio García Gómez. Marqués de Pueblade Cazalla, a Javier Benjumea Puigcerver, fundador del Grupo Abengoa.Marqués del Pedroso de Lara, a José Manuel Lara Hernández, editor del Grupo Planeta. Marqués de Gutiérrez Mellado, a Manuel Gutiérrez Mellado, exvicepresidente del Gobierno.
» 1996. Marqués de Iria Flavia, a Camilo José Cela Trulock, escritor, premio Nobel de Literatura.
» 2001. Condesa de Fenosa, a Carmela Arias Díaz de Rábago.
» 2002. Marqués de la Ría de Ribadeo, con Grandeza de España, a Leopoldo Calvo-Sotelo y Bustelo, expresidente del Gobierno. Grandeza de España, para unir al vizconde del Castillo de Almansa, a José Fernando de Almansa y Moreno-Barreda, exjefe de la Casa de Su Majestad el Rey.
» 2003. Marqués del Valle de Tena, con Grandeza de España, a Guillermo Luca de Tena y Brunet, editor del diario ‘Abc’. Marqués de la Ribera del Sella, a Antonio Durán Tovar, empresario. Marqués de Oró, a Juan Oró Florensa, científico.
» 2004. Marqués de Garrigues, a Antonio Garrigues Díaz-Cañabate, jurista y diplomático.
» 2005. Grandeza de España, para unir al título de conde de Casa Dávalos, a Martín de Riquer y Morera, académico de la RAE.
» 2008. Grandeza de España, para unir al título de conde de Godó, a Javier de Godó y Muntañola, editor de ‘La Vanguardia’. Marqués de Guadalcanal, a Antonio Fontán Pérez, expresidente del Senado. Marqués de Canero, a Margarita Salas Falgueras, científica. Marquesa de O’Shea, a Paloma O’Shea Artiñano, filántropa y pianista.
» 2010. Marqués de Oreja, a Marcelino Oreja Aguirre, político y diplomático.Marqués de Castrillón, a Gonzalo Anes y Álvarez de Castrillón, historiador.Marqués de Asiain, a José Ángel Sánchez Asiain, banquero. Marqués de Tàpies, a Antoni Tàpies i Puig, pintor y escultor. Marqués de Laserna, a Íñigo Moreno de Arteaga. Baronesa de Perpinyà, a Roser Rahola i d’Espona, viuda de Jaume Vicens Vives.
» 2011. Marqués de Ibias, a Aurelio Menéndez Menéndez, exministro y jurista. Marqués de Del Bosque, a Vicente del Bosque González, entrenador de la selección de fútbol. Marqués de Vargas Llosa, a Jorge Mario Vargas Llosa, escritor y premio Nobel de Literatura. Marqués de Villar Mir, a Juan Miguel Villar Mir, exministro y empresario. Marqués de Daroca, a Ángel Antonio Mingote Barrachina, dibujante, escritor y académico.
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Autor del articulo -

Ser o no ser noble, he ahí la obsesión

Es el club más reservado del país, pero las peleas entre ellos son el pan nuestro de cada día

Para defender sus títulos o conseguir otros nuevos, pleitean sin descanso

Entre sus pugnas, desde hijos de la ‘duquesa roja’ hasta Agatha Ruiz de la Prada o las Koplowitz

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Duque es uno de los títulos nobiliarios europeos con que los monarcas muestran su gratitud a ciertas personas. Su forma femenina es duquesa. El señorío de ...

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Conde (o, antiguamente, cómite o cuende) es uno de los títulos europeos con el que los monarcas muestran su gratitud a ciertas personas. Corona condal.

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Barón o baronesa es uno de los títulos nobiliarios europeos con que los monarcas muestran su gratitud a ciertas personas. Su posición puede variar en función ...

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El señorío es una institución propia de la Edad Media y la Edad Moderna en España, en cierto modo similar al feudo del Imperio carolingio. Surgió en los reinos ...

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La Grandeza de España es la máxima dignidad de la nobleza española en la jerarquía nobiliaria, pues está situada inmediatamente después de la de infante, ...

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La Real y Distinguida Orden Española de Carlos III fue establecida por el rey de EspañaCarlos III, mediante Real Cédula de 19 de septiembre de 1771 con el ...
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15/2/13

El asesinato de Prim




Juan Prim y Prats fue asesinado cuando contaba 56 años.
Todo estaba preparado en España para la inminente llegada del nuevo rey, Amadeo I. En el Parlamento, el general Juan Prim y Prats, de 56 años, presidente del Consejo de Ministros y ministro de la Guerra, capitán general de los Ejércitos, marqués de los Castillejos y conde de Reus, acababa de conseguir la aprobación de las últimas propuestas relacionadas con la Casa Real. Nada más le quedaba por hacer en el palacio de las Cortes, y tenía que preparar el viaje a Cartagena, al día siguiente, para recibir al monarca.
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Eran las 19,30 del 27 de diciembre de 1870. En Madrid caía una espesa nevada. El general se despidió con cortesía de diputados y ministros, cruzó unas tensas palabras con el líder de los republicanos y se dirigió a su coche, una berlina verde de cuatro ruedas tirada por dos caballos que le aguardaba en la puerta del Congreso, con los cristales cerrados para proteger el interior del frío y la tormenta de nieve. 

El cochero puso en marcha el vehículo en cuanto subieron el general y sus acompañantes: el coronel Moya, que se sentó en la delantera, y su ayudante personal, Nandín, que se acomodó a su lado, en el asiento trasero.

La berlina emprendió la ruta habitual, por la calle Marqués de Cubas, hacia el Ministerio de la Guerra (Palacio de Buenavista), donde estaba la residencia presidencial. El general iba tranquilo, intercambiando algunos comentarios con sus hombres de confianza, sin dar muestras de la urgencia que sentía por retirarse pronto a descansar. Estaba tan sumido en sus pensamientos sobre la gran responsabilidad de dotar a España de una nueva monarquía que no pudo darse cuenta de que unos hombres apostados en las esquinas avisaban disimuladamente de su paso, haciendo señales con fósforos encendidos. Tampoco sus ayudantes apreciaron nada anormal, aunque estaban siendo observados desde el momento mismo en que habían abandonado el Congreso.

Al llegar a la calle del Turco –que habría de convertirse en la calle de Prim por lo que allí estaba a punto de suceder– el cochero observó que había dos carruajes de caballos atravesados en el angosto camino. Tuvo que detener la berlina en medio de la densa nevada, que caía mansa y espesa, dificultando la visión. Un segundo después el coronel Moya se asomó a la portezuela para tratar de arreglar la situación y contempló con alarma cómo tres individuos vestidos con blusas, sin duda alertados de la llegada de Prim, se dirigían hacia el coche armados con lo que le parecieron carabinas o retacos, aunque uno de ellos llevaba con seguridad una pistola. No tuvo tiempo nada más que para decir: “Bájese usted, mi general, que nos hacen fuego”.

Pero sus palabras quedaron interrumpidas por el ruido de las detonaciones, al menos tres por el lado izquierdo y otras dos por el derecho. Los cristales se quebraron y uno de los asesinos consiguió meter en el interior de la berlina el cañón del arma que portaba; tan cerca del general Prim que la cara de éste quedó tatuada por los granos de pólvora. Su ayudante, Nandín, en un movimiento desesperado, trató de protegerlo interponiendo su brazo. Las balas le destrozaron la mano, y quedaron esparcidos esquirlas y pedazos de carne abrasada.

La agresión duró sólo unos segundos, apenas los mismos que el cochero tardó en reaccionar, golpeando con su látigo casi por igual a los agresores y a los caballos hasta romper el cerco y huir hacia la calle Alcalá, llevándose por delante los carruajes que impedían la salida de aquella ratonera.
Mientras se dirigían a toda prisa hacia el Ministerio de la Guerra, Moya preguntó al general si estaba herido, a lo que Prim contestó que se sentía tocado. Al llegar a palacio los dos heridos descendieron de la berlina, ayudados por Moya y el cochero. El general subió por su propio pie la escalerilla del ministerio, apoyándose en la barandilla con la mano afectada y dejando en el suelo un reguero de sangre. Al encontrarse con su esposa forzó un gesto tranquilizador para decirle que sus heridas no revestían gravedad.

Cuando llegaron los médicos apreciaron rápidamente los destrozos en los dedos de la mano derecha, de tal envergadura que fue preciso amputar de inmediato la primera falange del anular, quedando en peligro de amputación el índice. Aunque lo más preocupante era el “trabucazo” que el general presentaba en el hombro izquierdo. Le había sepultado al menos ocho balas en la carne. Los cuidados médicos se prolongaron hasta la madrugada. A las dos de la mañana se le habían extraído siete balas.

Nandín, el ayudante, fue trasladado a la casa de socorro más cercana, donde se le diagnosticó que perdería el movimiento de la mano, que le quedaría seca e inservible; pero quizá –le dijeron– no tendrían que amputársela. Entre tanto, las noticias difundidas mentían sobre la gravedad de las lesiones: se quería que fuesen tranquilizadoras, en un momento en que era preciso mantener la calma en el Estado.
El general Prim, en una vitola.

Prim mantuvo su proverbial valor durante el largo sufrimiento, que habría de durar tres días. Estuvo siempre a la altura de las circunstancias, aunque contrariado, incluso en sus delirios, por el momento en que se producía el atentado, para él tan inoportuno, aunque por lo mismo buscado por sus asesinos. El hombre más poderoso de España se apagaba lentamente en la gloria de su impresionante biografía.

Desde su juventud había acumulado honores y distinciones. Tras comenzar muy joven en el cuerpo de Migueletes, a los 26 años ya había sido condecorado con dos laureadas de San Fernando y ascendido a coronel por sus acciones heroicas en la primera guerra carlista. Fue gobernador militar de Madrid y Barcelona, capitán general de Puerto Rico y temible, para sus adversarios, diputado en Cortes. Siempre hombre de acción, el episodio que le procuró mayor fama de valiente tuvo lugar en la guerra de Marruecos, durante la batalla de Castillejos (1860). Allí recogió del suelo la bandera que portaba un alférez muerto, y enarbolándola condujo a sus tropas contra el enemigo, peleando por la conquista de un cerro que sería definitivo en el curso de la contienda. A su regreso fue recompensado con el título de marqués de Castillejos, con grandeza de España.

Político liberal y progresista, en septiembre de 1868 encabeza la revolución que destrona a Isabel II. Convencido de que la forma del Estado debe seguir siendo la monarquía pero contrario a que continúen los Borbones en el trono, se ocupa afanosamente en buscar un rey que dé inicio a una nueva dinastía. Desde el principio se muestra partidario de Amadeo de Saboya, hijo de Víctor Manuel, rey de Italia. Este empeño del general levantó chispas a su alrededor. Numerosos grupos de poder muestran su descontento. Le proponen otros candidatos y le crecen enemigos encarnizados, incluso entre sus compañeros revolucionarios, que consideran que ha traicionado la revolución proponiendo la restauración de la monarquía.

Pero Prim permanece firme en su determinación y no teme enfrentarse a las derechas ni a la Iglesia presentando para la corona de España al hijo de un rey que se ha enfrentado al Papa. Tampoco teme decepcionar a los que pensaban en el mantenimiento de la legitimidad monárquica proponiendo a Alfonso, el hijo de Isabel II, a quien aristócratas y servidores isabelinos llamaban ya "Alfonso XII". Tenía una solución original para el Estado que pensaba imponer, a pesar del disgusto de los exaltados de uno y otro bando.

Por eso eran muchos los que, por distintas razones, estaban de acuerdo con el periodista revolucionario Paul y Angulo, que escribió por aquellos días: “A Prim hay que matarle en la calle como a un perro”. Se sospecha que el héroe de Castillejos fue víctima de una amplia conjura, con varios atentados alternativos que habrían sido activados en caso de que hubiera fallado el primero. Detrás estarían gentes de distinto e incluso enfrentado signo político pero que coincidían en lo fundamental: querían que la muerte de Prim obligara a Amadeo a renunciar al trono.

Detalle de un retrato de Amadeo de Saboya.
Después de recibir los disparos en la calle del Turco, el general comprendió desde el primer momento que su vida estaba en grave riesgo. Así lo había manifestado a los que le rodeaban. Así, afirmó que, aunque le sobraba espíritu, le faltaba la resistencia material. Adivinó que su situación era desesperada, y su muerte inevitable. “El rey viene, y yo me voy”, se lamentó.

Murió a las 8,45 del 30 de diciembre, tras una larga agonía. El suceso provocó gran consternación entre las buenas gentes de todo el país. En Albacete, al paso del rey recién llegado, miles de gargantas proclamaron: “¡Viva el rey Amadeo, que es el hijo del general Prim!”. Apenas se conoció el óbito se sucedieron los pésames y honores. El cadáver fue embalsamado por el doctor Simons “por el sistema de inyección” para que fuera expuesto durante tres días en la madrileña Basílica de Atocha de Madrid.

Se le preparó un entierro suntuoso; el ataúd, que corrió por cuenta de los miembros de la “Tertulia progresista”, fue el de mayor lujo conocido hasta entonces, superando ampliamente el que se dispuso para el duque de Valencia. El primer carruaje que siguió al cortejo fúnebre fue el mismo en que recibió las heridas que le llevaron al sepulcro.

La viuda recibió un anónimo que podría ser de los asesinos. Decía así: “Nos hallamos muy satisfechos del éxito de nuestra obra, y la continuaremos sin descanso”. Entre tanto, la investigación se perdió por vericuetos impenetrables, entre instrumentos de un fanatismo insensato y mercenarios de intereses muy concretos. Los tentáculos de la conjura se revelaron agobiantes y los criminales no fueron hallados: ni los que ordenaron la muerte ni los que la ejecutaron.
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El asesinato de Prim

Por F. P. A. LIBERTAD DIGITAL


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Juan Prim - Wikipedia, la enciclopedia libre

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Juan Prim y Prats (Reus, 12 de diciembre de 1814 – Madrid, 30 de diciembre de 1870), conde de Reus, marqués de los Castillejos y vizconde del Bruch, fue un ...
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