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22/1/08

s2t2 -Todo lo que no se ganó en Lepanto

Todo lo que no se ganó en Lepanto

Por Fernando Díaz Villanueva

El Veronés: LA BATALLA DE LEPANTO (detalle; c. 1572).
A mediados del siglo XVI, el rey de España era el monarca más poderoso de la Cristiandad. Sólo dos borrones ensombrecían su gloria: la revuelta de los protestantes en Centroeuropa y la amenazadora presencia del turco en el Mediterráneo. Lo de los luteranos era una inacabable sangría que terminó por costarnos un riñón. Con los alemanes se llegó a un medio acuerdo; los holandeses, sin embargo, eran mucho más tozudos, y hasta que no se salieron con la suya no pararon de incordiar.
En el Mediterráneo la cosa quedó en tablas, y dando gracias, porque el empate lo logramos en Lepanto. Una idolatrada batalla que, en palabras de Miguel de Cervantes, que se dejó el brazo en ella, fue "la más alta ocasión que vieron los siglos pasados, los presentes, ni esperan ver los venideros". No fue para tanto, aunque es cierto que Lepanto es, con creces, nuestra plusmarca naval de todos los tiempos, que no es moco de pavo.
La batalla empezó a cocinarse unos años antes, frente a las costas de Almería. Tras la conquista de Granada, los Reyes Católicos no expulsaron a todos los musulmanes que vivían en España. Los dejaron tranquilos, a condición de que se convirtiesen al cristianismo, cosa que, naturalmente, no hicieron o hicieron a medias.
Esta comunidad de moriscos era especialmente numerosa en Andalucía y Levante. Se deslomaba a trabajar en el campo mientras soñaba con la vuelta del Califa y el fin de la indignante opresión cristiana. Sus primos del otro lado del Estrecho les insuflaban esperanzas en visitas relámpago de corsarios argelinos que no dejaban títere con cabeza. El más célebre de todos era un moro llamado Luchalí: infundía tanto pavor que las madres amedrentaban a los niños con sólo mentar su nombre. Al final, crecidos por el poderío que mostraban los piratas de Alá, se levantaron contra Felipe II, con tal virulencia que al rey le llevó dos años sofocar la revuelta.
Ese fue el primer compás; el segundo y definitivo tuvo lugar un año después de la rebelión de la Alpujarra. Los turcos andaban muy envalentonados: sus dominios se extendían desde el Tigris hasta el Danubio, y en el mar, al menos en el Mediterráneo, eran los amos. Durante décadas habían respetado a los venecianos, diligentes comerciantes con los que mantenían una próspera relación, hasta el punto de que les permitían disponer de bases de avituallamiento como la isla de Chipre. En 1569 el sultán Selim II decidió que ni eso: invadió Chipre, largó a los venecianos y puso sus ojos en el sur de Italia. Y hasta ahí llegaron porque Italia era una finca española.
Felipe II.Felipe II empezó a preocuparse en serio y se lo hizo saber al Papa Pío V, para que fuese tejiendo una Santa Liga que plantase cara a unos sarracenos que, a poco que se les dejase, se plantarían a las puertas de Roma como los nuevos bárbaros.
Pío V, que era muy beato, acogió con agrado la idea del Rey Católico y fue contactando, uno a uno, a todos los monarcas de la Cristiandad para que dejasen las rencillas a un lado y se uniesen en esta cruzada. Francia se negó porque con España no quería ir ni a cobrar; los príncipes alemanes se hicieron los suecos alegando que bastante tenían con lo suyo, y suecos, ingleses y demás bárbaros del norte se frotaron las manos fantaseando con el negro porvenir que le esperaba al herético catolicismo. Occidente, como siempre, muy unido.
A la vuelta de las gestiones papales sólo un estado se había comprometido en firme con la alianza: la República de Venecia, que, además de pesetera, aún respiraba por la herida de Chipre. Pío V, convencido de que la Providencia –y el oro de las Indias– ayudarían en el lance, envió un mandado a Madrid, donde Felipe II dispuso que la flota se reuniese a finales del verano de 1571 en Sicilia.
Deseo del rey fue que la flota la mandase uno de los suyos, tan suyo que se trataba de su propio hermanastro: Juan de Austria, hijo ilegítimo de Carlos I y gallardo general a quien, por causa de su bastardía, había criado, con el nombre de Jeromín, un mayordomo real en un caserío de Leganés. Juan de Austria era por entonces un joven y prometedor militar, pero mucha experiencia no tenía. Los venecianos enviaron a Sebastiano Veniero, un marino de raza, malhumorado y pendenciero. El Papa, que como promotor algo tenía que poner aparte de la bendición, contrató a un veterano mercenario llamado Marco Antonio Colonna. Las discrepancias entre Juan de Austria y Veniero no tardaron en aflorar. Al veneciano le sobraba carácter, y no llevó nada bien ponerse a las órdenes de un español barbilampiño.
Por suerte, Felipe II había enviado para asistir a su hermano lo mejor que tenía entonces la Armada Real. El legendario Andrea Doria y una cohorte de los más bravos capitanes españoles: los castellanos Álvaro de Bazán y Gil de Andrade o los catalanes Juan de Cardona y Luis de Requesens. A la flota no le faltó en esta ocasión ni estrategas navales de la talla de García de Toledo, perspicaz marino gracias al cual, siendo menor y peor dotada, nuestra Armada se impuso a la turca. Al ingenio de García de Toledo, se debió, por ejemplo, que las naves cristianas rompiesen con la tradición de usar el espolón de proa para acometer a los navíos enemigos.
El estratega español pensó, con muy buen tino, por cierto, que liberando la proa podían utilizarse sus cañones para barrer la cubierta del oponente. Idea de García de Toledo fue también llevar el combate lo más cerca posible de la costa, lo que causó numerosas bajas en el bando turco. Muchos marineros del Sultán, que no estaban por la labor de dejarse el pellejo en la refriega, se echaron al agua en pleno combate para ganar la costa a nado, una costa que les pertenecía. El golfo de Lepanto está en la actual Grecia, que por entonces era parte del Imperio Otomano.
La espectacular armada de la Santa Liga abandonó el puerto de Mesina en septiembre con idea de encontrarse con los turcos de Alí Pachá en aguas griegas. Navegaban juntos un total de 214 navíos, entre galeones y galeras. La dotación de combate no era desdeñable: más de 50.000 marineros y galeotes y 31.000 soldados de varias nacionalidades, pero sobre todo españoles. Nunca se había visto nada igual navegando al unísono por las aguas del Mare Nostrum.
El 7 de octubre las dos flotas se avistaron. Los turcos, precavidos como de costumbre, enviaron dos esquifes camuflados como barcas de pesca para conocer de primera mano los efectivos cristianos y decidirse al combate. Las noticias no podían ser mejores. Los exploradores informaron a Alí Pachá de que Juan de Austria tenía menos barcos, y de que, al ser de diferentes países, sus capitanes no se entenderían entre ellos.
El combate entre la SULTANA y la REAL.El turco no se lo pensó dos veces. Disparó el cañón de su galera, la Sultana, invitando a Juan de Austria a la pelea. El español aceptó cortésmente el cañonazo, y lo devolvió a la vez que arriaba el estandarte de la Liga: la cruz de Cristo flanqueada por los escudos de los aliados. Los turcos se habían dispuesto en forma de media luna frente a la costa. La armada cristiana, que, según cuenta la leyenda, venía desde Italia formando un inmenso crucifijo, secundó la maniobra y se abrió hasta cubrir los extremos del enemigo.
De primeras no pintaba muy bien. Los turcos eran más, tenían más barcos y combatían en casa. Parecía un partido amañado, pero Juan de Austria no se acobardó. Dividió la flota en tres: una, al mando de Andrea Doria, para enfrentarse contra el moro Luchalí, el terror de la costa, que había sumado sus naves a las de Alí Pachá; otra, capitaneada por el veneciano Agostino Barbarigo, para detener al temible gobernador de Alejandría, Mohamed Siroco; y en el centro, el grueso de la armada, con Juan de Austria y los capitanes españoles, que no veían la hora de ajustar cuentas con el infiel, personificado en Alí Pacha y, muy especialmente, en su lugarteniente, el renegado Pertev, un antiguo cristiano convertido al Islam.
Barbarigo resistió como un valiente hasta que una flecha turca envenenada le atravesó un ojo y murió sobre cubierta. Siroco se las vio entonces muy felices, pero Álvaro de Bazán, advertido de la maniobra, envió a Martín de Padilla para que saliese al encuentro del egipcio. Padilla atacó con tal furia –española, naturalmente– que la galera de Siroco cedió y se fue al fondo del mar con su capitán.
Mientras el cadáver de Mohamed Siroco flotaba ensangrentado en las agitadas aguas del golfo, Andrea Doria, en inferioridad numérica, hubo de ceder al empuje de Luchalí. Álvaro de Bazán, que estaba en todo, acudió en su auxilio. El combate dio la vuelta: los españoles de éste se ensañaron con la tropa del argelino, y al moro cobarde no le quedó más remedio que replegarse y abandonar el campo de batalla. Doria trató de perseguir a Luchalí, pero desistió, pues la batalla no se había decidido todavía.
El moro había perdido más de la mitad de sus barcos, pero se llevó de premio, cargado de cadenas en el sollado de su galera, a un cautivo que con el tiempo daría mucho que leer: un joven soldado de fortuna, nacido en Alcalá de Henares y de nombre Cervantes. En el fragor de la batalla acababa de perder el brazo izquierdo; el derecho lo emplearía, y bien, en escribir las más delicadas páginas que se hayan escrito jamás en nuestra bella lengua castellana.
Con Siroco bajo el agua y Luchalí en desbandada, los protagonistas del acto final de la batalla serían, como en las películas, los comandantes de ambas flotas, el bueno y el malo peleando a cara de perro. No veo necesario remarcar que, en esta lid, el bueno era Juan de Austria y el malo, el turco traidor. Las dos galeras, la Real del español y la Sultana de Alí Pachá, se enzarzaron en una feroz jarana de cañonazos hasta que, conforme a lo que dictaban los manuales de guerra, la Sultana embistió al navío español. Y ahí es donde le estaban esperando los artilleros. Barrieron la cubierta una y otra vez, pero la Sultana era imposible de abordar. Los turcos contaban con un cuerpo de élite, los jenízaros, aguerridos soldados que se juramentaban ante Alá para dejarse la vida en el combate.
Álvaro de Bazán corrió en auxilio de la Real, pero ni con esas: los arqueros turcos rechazaban todos los intentos de abordaje. Entonces a Juan de Austria se le encendió la bombilla: mandó liberar a los galeotes que permanecían encadenados a los remos. Los galeotes eran delincuentes que purgaban su pena en galeras bogando de por vida. Para encender su furia, el almirante les prometió la libertad si salían victoriosos.
Mano de santo: como fieras corrupias, dejaron sus bancos para arrojarse con una daga entre los dientes contra el enemigo. En los barcos turcos se produjo entonces una revuelta. Los galeotes que empleaba el Sultán solían ser prisioneros de guerra cristianos que, al encontrarse cerca de sus hermanos de fe, hicieron de tripas corazón y se enfrentaron a sus verdugos.
Juan de Austria.El lado turco devino en un caos total y absoluto. Ni los jenízaros, ni los arcabuceros, ni la supuesta protección que Alá prestaba a los ejércitos de la Sublime Puerta pudieron evitar la hecatombe. Un galeote cristiano recién liberado se dirigió hacia un Alí Pachá que ya estaba preso de la desesperación y le decapitó con un hacha. Su cabeza enturbantada rodó por las tablas de cubierta marcando el fin definitivo de la batalla.
Ya no tenía sentido continuar. Los navíos turcos que seguían combatiendo se rindieron suplicando clemencia a los españoles. La hubo: Juan de Austria confiscó las naves enemigas y permitió a sus aliados venecianos que se llevasen cuanto quisiesen. Cosa que hicieron gustosos, empezando por las alhajas. Los hijos de Alí Pachá también cayeron en manos cristianas, pero Juan de Austria, que era un tanto desprendido, se los regaló al Papa para que pidiese rescate por ellos. Muy español: aquí, ya se sabe, con tal de quedar bien tiramos la casa por la ventana sin remilgos.
La victoria había sido completa. Los turcos habían perdido las tres cuartas partes de su flota, unos 225 navíos, y más de 25.000 hombres. A los cristianos, por el contrario, les había salido barato el lance: sólo 15 barcos y 8.000 hombres. Sin embargo, el bofetón propinado en la cara del sultán no sirvió de mucho. Juan de Austria se encargó personalmente de que el estandarte de Alí Pachá llegase a Madrid como prueba de la victoria.
Y nada más. A los pocos días cada uno volvió a su casa y la cosa terminó como había empezado. Es cierto que los turcos nunca se atrevieron a invadir Italia, pero no lo es menos que los piratas musulmanes siguieron haciendo de las suyas en los puertos cristianos. La gloria se desvaneció pronto. Francia, en su mezquindad habitual, siguió aliándose con el turco siempre que pudo, y el rey de España tuvo que atender otras urgencias, como, por ejemplo, mantener a salvo de los corsarios británicos el río de oro que llegaba de América, para poder gastárselo a placer en Flandes.
Al final, lo que no se ganó en Lepanto superó con creces a lo que se ganó. La gloria militar pura, sin contrapartidas materiales. Quijotesco a más no poder: normal que su héroe más recordado fuese Miguel de Cervantes, el inmortal manco de Lepanto, padre del no menos inmortal Don Quijote de la Mancha, obra cumbre de la literatura universal.
A la batalla de Lepanto le cupo, eso sí, el honor de ser la última gran batalla naval en el Mediterráneo, la última en que se despachaba algo importante entre dos potencias. Tuvo que ser en Grecia, entre Oriente y Occidente, entre la barbarie y la civilización; vamos, la historia de siempre. La partida se desplazó entonces a los grandes océanos, y ahí sigue. Aunque, claro, nosotros hace tiempo que la abandonamos.
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9/1/08

Descartes, René (1596-1650)

SEGUN ENCICLONET

Descartes, René (1596-1650)

René Descartes.

àFilósofo y científico francés, considerado "padre de la filosofía moderna", Descartes (también conocido con el nombre latinizado de Cartesius) es un pensador que puso su vida al servicio de una noble causa: la consecución de la verdad. Genial innovador de la filosofía, fue también el primero en aplicar las matemáticas a las ciencias físicas, y el iniciador de la concepción mecanicista de la naturaleza. Su doctrina tuvo tal capacidad para espolear a los espíritus de su época, que, de una u otra forma, las importantes corrientes posteriores han partido de él.

Vida y obras

Perteneciente a una noble familia, nació en La Haye (Turena). A los ocho años entró a la escuela jesuita de La Flèche, una de las más famosas de Europa en aquella época, donde permaneció hasta la edad de 16 años. Luego estudió Derecho en Poitiers hasta el año 1617. Fueron estos años de su juventud una etapa marcada por la disipación y la incertidumbre, sin que nunca llegara a apagarse en él la inquietud por conocer. Con afán de aventura se enroló, primero, en el ejército protestante de Mauricio de Nassau, príncipe de Orange, y luego en el ejército católico del Duque de Baviera. En 1619, estando acampados en Neuburg, en espera de que amainara la tormenta para entrar en combate, y entregado Descartes a sus reflexiones, vivió una noche de entusiasmo, de sueños exaltantes y reveladores, en los cuales tomaron forma las primeras intuiciones de una nueva lógica (el inventum mirabile), capaz de fundar una ciencia universal. Agradecido por aquel don, prometió peregrinar a los pies de la Virgen de Loreto, y cumplió su promesa al viajar a Italia tres años después. En 1621 ya había abandonado la vida militar. Vendió sus propiedades, y del dinero que obtuvo vivió toda su vida, sin penurias, pero austeramente. El encuentro con el cardenal Bérulle, en 1627, reforzó su decisión de consagrarse a la investigación filosófica. Buscando la paz y la libertad necesarias que requería su trabajo científico y de reflexión, se trasladó a Holanda. Allí conoció la fama, pero también las dificultades, pues las controversias contra sus teorías le venían tanto de parte de los católicos como de los protestantes. En 1649, aceptando una invitación de la reina Cristina, pasó a vivir a Estocolmo. En la corte sueca prosiguió su intenso trabajo, el cual, unido al riguroso clima de Estocolmo, minó su salud, hasta acarrearle la muerte.

Desde el principio de su filosofar, Descartes abandonó la filosofía de corte escolástico que había aprendido en La Flèche, -la cual, según él, poco tenía de utilidad-, para entregarse a la búsqueda de un saber fundado en el modelo del conocimiento matemático y, cada vez con mayor intensidad, la ambición de efectuar una síntesis que, en cuanto alternativa a la escolástica, constituyese un marco sistemático a la vez comprensivo y definitivo. Hubo dos momentos decisivos en este camino: uno fue el encuentro, en 1618-19, con I. Beeckmann, matemático y físico holandés de formación galileana, a raíz del cual abandonó también su tentación de adentrarse por el camino del ocultismo de inspiración renacentista, al cual mirará desde ese momento como a otro enemigo que combatir; el segundo fue en los años 1628-29, cuando halló el fundamento metafísico que le permitió la fundamentación de la física en la metafísica a través de la deducción a priori de las leyes fundamentales de la naturaleza a partir de un atributo de Dios, como es la inmutabilidad de la acción divina. A estos años se remonta la genial contribución matemática de Descartes, con la elaboración de la geometría analítica, la cual, al permitir la reducción de los problemas geométricos a ecuaciones algebraicas, implicaba una gran universalización y, en consecuencia, una gran simplificación de los problemas.

Sus obras principales son: Regulae ad directionem ingenii (1628), Discours de la méthode pour bien conduir sa raison et chercher la vérité dans les sciencesMeditationes de prima philosophia (1641), Principia philosophiae (1644), y Les passions de l´âme (1649). (1637),

René Descartes.

Para más información sobre la doctrina filosófica de Descartes y su influencia a lo largo de la historia de la filosofía y la ciencia véase cartesianismo.

Bibliografía

HALBFASS, W.: Descartes Frage nach der Existenz der Welt, Meisenheim, 1968.
KENNY, A.: Descartes. A Study of his philosophy, Nueva York, 1970.
VIAL LARRAIN, J.: La metafísica cartesiana, Santiago de Chile, 1971.
RABADE ROMEO, S.: Descartes y la gnoseología moderna, Madrid, 1971.
PICARDI, F.: Il concetto di metafisica nel razionalismo cartesiano, Milán, 1971.



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René Descartes

De Wikipedia, la enciclopedia libre

Filosofía occidental
Filosofía del siglo XVII
René Descartes

Nombre

René Descartes

Nacimiento

31 de marzo de 1596
La Haye en Touraine [ahora Descartes], Indre-et-Loire, Francia

Fallecimiento

11 de febrero de 1650
Estocolmo, Suecia

Escuela/Tradición

Cartesianismo, Racionalismo, Fundacionalismo

Intereses principales

Metafísica, Epistemología, Ciencia, Matemática

Ideas notables

Cogito ergo sum, Duda metódica, Coordenadas cartesianas, Dualismo, Argumento ontológico

Influencias

Al-Ghazali, Platón, Aristóteles, Anselmo, Aquino, Ockham, Suarez, Mersenne, Sexto Empírico, Michel de Montaigne, Duns Scoto

Influenció a

Spinoza, Hobbes, Arnauld, Malebranche, Pascal, Locke, Leibniz, More, Kant, Husserl, Brunschvicg, Žižek, Chomsky

René Descartes (n. 31 de marzo, 1596 - m. 11 de febrero, 1650), fue un filósofo, matemático y científico francés.


Biografía [ editar]

Infancia [ editar]

Descartes nació el 31 de marzo en el año de 1596 en La Haye ( Touraine, cerca de Poitiers, Francia) en el seno de una familia de abogados, comerciantes y médicos. Fue el tercer hijo del jurista Joaquín Descartes y de Jeanne Brochard. Aunque René pensaba que su madre murió al nacer él, lo cierto es que murió un año después, durante el parto de un hermano que tampoco sobrevivió. Tras la muerte de su madre, él y sus hermanos fueron educados por su abuela, pues su padre, consejero del Parlamento de Bretaña, no pudo estar ahí. Fue alumno del Collège Royal de La Flèche, de los jesuitas, entre 1604 y 1612.

Educación [ editar]

Registro de Graduación de Descartes en elCollège Royal Henry-Le-Grand, La Flèche, 1616.
Registro de Graduación de Descartes en elCollège Royal Henry-Le-Grand, La Flèche, 1616.

La educación en La Flèche le proporcionó, durante los cinco primeros años, una sólida introducción a la cultura clásica, habiendo aprendido latín y griego en la lectura de autores como Cicerón, Horacio y Virgilio, por un lado, y Homero, Píndaro y Platón, por el otro. El resto de la enseñanza estaba allí muy basada en textos filosóficos de Aristóteles (Organon, Metafísica, Ética a Nicómaco), acompañados por comentarios de jesuitas ( Suárez, Fonseca, Toledo, quizá Vitoria ) y otros autores españoles (Cayetano). Conviene destacar que Aristóteles era entonces el autor de referencia para el estudio, tanto de la física, como de la biología. El plan de estudios incluía también una introducción a las matemáticas (Clavius), tanto puras como aplicadas: astronomía, música , arquitectura. Siguiendo una extendida práctica medieval y clásica, en esta escuela los estudiantes se ejercitaban constantemente en la discusión ( disputatio).

La Universidad [ editar]

A su regreso del colegio a los 18 años, René Descartes ingresó en la Universidad de Poitiers para estudiar derecho y posiblemente, algo de medicina. Para 1616 Descartes cuenta con los grados de bachiller y licenciado.

Etapa Investigadora [ editar]

René Descartes en su Oficina
René Descartes en su Oficina

En 1619, en Breda, conoció a Isaac Beeckman, quien intentaba desarrollar una teoría física corpuscularista, muy basada en conceptos matemáticos. El contacto con Beeckman estimuló en gran medida el interés de Descartes por las matemáticas y la física. Pese a los constantes viajes que realizó en esta época, Descartes no dejó de formarse y en 1620 conoció en Ulm al entonces famoso maestro calculista alemán J. Faulhaber. Él mismo refiere que inspirado por una serie de sueños, en esta época vislumbró la posibilidad de desarrollar una "ciencia maravillosa". El hecho es que, probablemente estimulado por estos contactos, Descartes descubre el teorema denominado de Euler sobre los poliedros.

A pesar de discurrir sobre los temas anteriores, Descartes no publica entonces ninguno de estos resultados. Durante su estancia más larga en París, Descartes reafirma relaciones que había establecido a partir de 1622 con otros intelectuales, como Marin Mersenne y Guez de Balzac, así como con un círculo conocido como "los libertinos". En esta época sus amigos propagan su reputación, hasta el punto de que su casa se convirtió entonces en un punto de reunión para quienes gustaban intercambiar ideas y discutir; con todo ello su vida parece haber sido algo agitada, pues en 1628 libra un duelo, tras el cual comentó que "no he hallado una mujer cuya belleza pueda compararse a la de la verdad". El año siguiente, con la intención de dedicarse por completo al estudio, se traslada definitivamente a los Países Bajos, donde llevaría una vida modesta y tranquila, aunque cambiando de residencia constantemente para mantener oculto su paradero. Descartes permanece allí hasta 1649, viajando sin embargo en una ocasión a Dinamarca y en tres a Francia.

La preferencia de Descartes por Holanda parece haber sido bastante acertada, pues mientras en Francia muchas cosas podrían distraerlo y había escasa tolerancia, las ciudades holandesas estaban en paz, florecían gracias al comercio y grupos de burgueses potenciaban las ciencias fundándose la academia de Ámsterdam en 1632. Entre tanto, el centro de Europa se desgarraba en la Guerra de los Treinta Años, que terminaría en 1648 .

Fallecimiento [ editar]

Descartes en la Corte de la reina Cristina de Suecia (Detalle), Pierre Louis Dumesnil. Museo nacional de Versailles.
Descartes en la Corte de la reina Cristina de Suecia (Detalle), Pierre Louis Dumesnil. Museo nacional de Versailles.

En septiembre de 1649 la Reina Cristina de Suecia le llamó a Estocolmo. Allí murió de una neumonía el 11 de febrero de 1650. Descartes aceptó la invitación de la reina Cristina para trabajar en su corte como filósofo residente y tutor de la propia soberana. La encomienda, que en principio parecía grata, pues la alumna era inteligente y aplicada, resultó fatal para René al verse obligado a iniciar las lecciones a las cinco de la mañana; siendo un hombre habituado a dormir diez horas diarias y a meditar y leer en la cama no soportó la prueba; el frío polar del invierno de Estocolmo y las desveladas cobraron su vida a los cuatro meses de su llegada a Suecia, con 53 años de edad.

Actualmente se pone en duda si la causa de su muerte fue la neumonía. En 1980, el historiador y médico alemán Eike Pies halló en la Universidad de Leyden una carta secreta del médico de la corte que atendió a Descartes, el holandés Johan Van Wullen, en la que describía al detalle la agonía. Curiosamente, los síntomas presentados –náuseas, vómitos, escalofríos– no eran propios de una neumonía. Tras consultar a varios patólogos, Pies concluyó en su libro "El homicidio de Descartes, documentos, indicios, pruebas", que la muerte se debía a envenenamiento por arsénico. La carta secreta fue enviada a un antepasado del escritor, el holandés Willem Pies.

En el año de 1676 se exhumaron los restos de Descartes; puestos en un ataúd de cobre se trasladaron a París para sepultarlos en la iglesia de Ste. Geneviève-du-Mont; removidos nuevamente durante el transcurso de la Revolución Francesa, los restos fueron colocados en el Panthéon, la basílica dedicada a los pensadores y escritores de la nación francesa; nuevamente, en 1819, los restos de René Descartes cambiaron de sitio de reposo siendo llevados esta vez a la iglesia de St. Germain-des-Prés donde actualmente se hallan.

Obras [ editar]

Diferentes Campos [ editar]

Como científico, Descartes produjo al menos dos importantes revoluciones. En matemáticas simplificó la notación algebráica y creó la geometría analítica. Fue el creador del sistema de coordenadas cartesianas, lo cual abrió el camino al desarrollo del cálculo diferencial e integral por el matemático y físico inglés Sir Isaac Newton y el filósofo y matemático alemán Gottfried Leibniz. Inventó la regla del paralelogramo, que permitió combinar, por primera vez, fuerzas no paralelas. En química, el sistema propuesto por Descartes consiguió desplazar al aristotélico, al proporcionar una explicación unificada de innumerables fenómenos de tipo magnético, óptico, en astronomía, en fisiología orgánica. De este modo sentó los principios del determinismo físico y biológico, así como de la psicología fisiológica.

Las primeras Obras [ editar]

Su primera obra fue "Reglas para la dirección del espíritu" (ca. 1628) (póstuma). Luego escribió "El mundo" o "Tratado de la luz" y "El hombre". En 1637 publicó el Discurso del método seguido de tres ensayos: "Dióptrica", "Geometría" y "Meteoros". Estas se consideran sus primeras obras de evidente importancia. En 1641 publicó las Meditaciones metafísicas, acompañadas de un conjunto de Objeciones y respuestas que amplió y volvió a publicar en 1642. Hacia 1642 puede fecharse también un diálogo, "La búsqueda de la verdad mediante la razón natural" (póstumo). En 1647 aparecen los "Principios de filosofía", que Descartes idealmente habría destinado a la enseñanza. En 1648 Descartes le concede una entrevista a Frans Burman, un joven estudiante de teología, quien le hace interesantes preguntas sobre sus textos filosóficos. Burman registra detalladamente las respuestas de Descartes, y éstas usualmente se consideran genuinas. En 1649 publica un último tratado, "Las pasiones del alma", sin embargo aún pudo diseñar para Cristina de Suecia el reglamento de una sociedad científica: su única norma es que el turno de la palabra corresponda rotativamente a cada uno de los miembros, en un orden arbitrario y fijo.

La correspondencia [ editar]

De Descartes también se conserva una copiosa correspondencia, que en gran parte canalizaba a través de su amigo Mersenne, así como algunos esbozos y opúsculos que dejó inéditos. La edición de referencia de sus obras es la que prepararon Charles Adam y Paul Tannery a fines del S. XIX e inicios del XX, y a la que los comentaristas usualmente se refieren como AT.

Filosofía [ editar]

El primer contacto con la filosofía cartesiana debiera hacerse mediante la lectura del Discurso del Método (es la principal obra escrita por René Descartes y un texto que rompe con la escolástica propia de la Edad Media, por ello ha sido considerada una obra fundamental de la filosofía occidental con implicaciones para el desarrollo de la filosofía y de la ciencia). Descartes explica el camino que ha seguido para alcanzar a la verdad, que en su caso, es sinónimo de certeza o evidencia [1] . Ese camino no es otro que el seguimiento cuidadoso de cada uno de los pasos que integran lo que él llama "el método". Un método que comienza poniendo en duda todo conocimiento anterior y actual, para ver si resiste la prueba (duda metódica). En lo que se refiere al término de camino, también es usado por Paul Ricoeur, en "Caminos del reconocimiento", donde al igual que Descartes, Ricoeur, a través de un camino va ilustrándonos de dónde tuvo que detenerse para llegar a saber lo que sabe. En "Discurso del Método" pretende mostrar el camino que siguió para conducir bien la razón, de ahí que se le de el nombre de racionalista. Comenta que la lectura de los textos ayudan a formar el espíritu. Ya que por su formación leyó muchos libros en muchas lenguas. Reconoce el papel de las matemáticas para disminuir el trabajo de los hombres y las admira por su exactitud. Los libros "contienen muchas enseñanzas y exhortaciones a la virtud que son muy útiles; que la teología enseña a ganar el cielo; que la filosofía da medios para hablar con verosimilitud de todas las cosas y hacerse admirar de los menos sabios; que la jurisprudencia, la medicina y las demás ciencias dan honores y riquezas a los que las cultivan, y, finalmente, que es bueno haberlas examinado todas, aun las más supersticiosas y falsas, para conocer su justo valor y no dejarse engañar por ellas." Para Descartes la investigación trata de mejorar la vida con ayuda de un conocimiento auténtico; y cuál es su punto de partida: el reconocimiento de la ignorancia; también explica ( Discurso, III) por qué considera conveniente dirigir metódicamente esta investigación: cuando uno está extraviado parece preferible seguir una dirección fija (una regla), mientras no haya buenas razones para variarla. Además de esto Descartes quiso emplear el método matemático también en la reflexión filosófica, cuya meta era lograr un conocimiento certero sobre la naturaleza de la vida.

Las reglas del método [ editar]

Descartes consideraba que aunque la lógica tenía muchos preceptos válidos, que en general eran inútiles, y que en realidad podrían bastarnos cuatro. Son las reglas del método:

1.El precepto de la evidencia: No admitir nunca algo como verdadero sin conocer con certeza que lo es, es decir, no dar asentimiento más que a aquello que no tuviera ocasión de dudar, evitando la precipitación y la prevención.

2.El precepto del análisis: Dividir las dificultades que tengamos en tantas partes como sea posible, para solucionarlas mejor.

3.El precepto de la síntesis: Establecer un orden de nuestros pensamientos, incluso entre aquellas partes que no estén ligadas por un orden natural, apoyándonos en la solución de las cuestiones más simples (que Descartes llama "naturalezas simples") para resolver los problemas más complejos.

4.El precepto de la comprobación: Hacer siempre revisiones amplias para estar seguros de no haber omitido nada.

Debe añadirse que, aunque Descartes emplea en todo momento lo que llama "deducción", sus ejemplos a menudo más parecen casos de inducción o de argumentos a la mejor explicación (Cfr. D. Clarke).

Además descartes aplica su método a la busqueda de la verdad en lo referente a la existecia de Dios y del alma. Para ello siguiendo los pasos de su metodo siempre dudó de todo, refutando y confirmando aparentes verdades. Aunque en la realidad no existe nada más que una sola verdad; la verdad subjetiva, es decir la verdad para cada uno. puesto que de igual forma fue para Descartes, su verdad fue la de dudar de todo ya que no estaba realmente seguro de las premisas o las conclusiones planteadas por los demás, sino mas bien en lo que se puede pecribir por los sentidos.

El padre de la filosofía moderna [ editar]

Al menos desde tiempos de Hegel, Descartes es considerado como el padre de la filosofía moderna. De hecho los principales filósofos que lo sucedieron estudiaron con profundo interés sus teorías, sea para desarrollar sus resultados, o para objetarlo. Este es el caso de Spinoza, Leibniz, Malebranche, Locke e incluso Kant. Sin embargo, esta manera de juzgarlo no debe impedir la valoración de los estrechos vínculos que este autor mantiene con los grandes filósofos clásicos, Platón y Aristóteles. Suele pensarse que Descartes desarrolló su nueva filosofía tomando como modelo los procedimientos deductivos de las cienciasaritmética y la geometría. Sin embargo, su método también puede interpretarse como basado en la aplicación de la idea ya tradicional (clásica y medieval) de una prueba dialéctica. En su Investigación de la verdad mediante la luz natural, Descartes únicamente considera verdadero aquello de lo que hay certeza —es decir, las ideas indudables—, excluyendo la supuesta verdad preestablecida, hasta no someterla al juicio del crítico más competente, y constatar que sus objeciones pueden responderse. Como se verá, este tipo de interpretación vale también para las Meditaciones metafísicas. exactas, concretamente de la

Autor continuador de lo clásico [ editar]

La filosofía cartesiana puede considerarse, al mismo tiempo, como un desarrollo de la investigación clásica, tal como había quedado planteada por Platón y Aristóteles. Su principal proyecto es esclarecer la legitimidad de las bases del conocimiento, en particular aquél de índole filosófica, para a partir de allí atender las otras preguntas fundamentales. Su manera de escribir puede considerarse como intencionalmente críptica, y la comprensión de sus obras exige la participación activa del lector. Un ejemplo de esta escritura críptica permite ilustrar también la importancia que Descartes concede a la idea de una prueba dialéctica (vg., la que puede obtenerse a través de una discusión): él nunca explica por qué, tanto en las Meditaciones Metafísicas como en los Principios..., desarrolla lo que visiblemente son tres pruebas distintas de la existencia de Dios. (Al contrario, en la "Carta a los Decanos y Doctores..." que precede a las Meditaciones, da a entender que la multiplicidad de pruebas es innecesaria, e incluso dificulta su apreciación).

Ahora bien, al final de la Meditación Primera, Descartes había aceptado tres razones para plantear la duda más radical: el genio maligno, la hipótesis de un azar desafortunado, la hipótesis de una causalidad natural adversa (la posibilidad de que estemos sometidos a un destino aciago o a la fatalidad, que también menciona, pueden considerarse como maneras elípticas de reformular la hipótesis del genio, ya que el destino es tejido por las Moiras, y la fatalidad es dictada por el Hado; ambas, divinidades paganas no omnipotentes). Así, al suponerse que Descartes argumenta para enfrentar al crítico radical (escéptico), el desarrollo de tres pruebas se vuelve comprensible, pues a cada una de las pruebas puede asignársele el propósito de refutar una de las hipótesis escépticas. Entonces Descartes no habría querido "demostrar", en primer término, la existencia de Dios: en cambio habría intentado vencer dialécticamente a su antagonista en el debate, rechazando una razón específica entre las que se habían dado para plantear la duda más radical. Naturalmente, si esto se consigue, las dudas más radicales se habrían tornado infundadas y podrían dejarse de lado en la investigación filosófica. Esto, a su vez, permite aceptar ciertas proposiciones como válidas (por ser racionalmente indudables). Pero Descartes habría callado este aspecto negativo de su procedimiento.

La duda [ editar]

Descartes fue considerado el filósofo de la duda porque pensaba que, en el contexto de la investigación, había que rehusarse a asentir a todo aquello de lo que pudiera dudarse racionalmente. Él estableció tres niveles principales de duda:

en el primero se ponen en duda algunas percepciones sensoriales, especialmente las que se refieren a objetos lejanos o las que se producen en condiciones desfavorables;

en el segundo se señala la similitud entre la vigilia y el sueño, y la falta de criterios claros para discernir entre ellos; de este modo se plantea una duda general sobre las percepciones (aparentemente) empíricas, que podrían imputarse al sueño;

por último, imagina que podría haber un ser superior, específicamente un genio maligno extremadamente poderoso (aunque como se mencionó, Descartes también considera las hipótesis de un azar desfavorable o un orden causal adverso) capaz de inducirnos a un error masivo que puede afectar también las ideas no sensibles ( vg., racionales).

Como se explicó, la eliminación de estas hipótesis es el objetivo verdadero de lo que aparenta ser una demostración positiva de la existencia de Dios.

La metafísica [ editar]

Otra postura que Descartes sostiene es la evidencia de la libertad. Pero más que discutir la realidad o no del libre albedrío, Descartes parece partir de la hipótesis de que él mismo es libre, para poner esta libertad en práctica: ya la investigación, en su caso, resulta de una determinación (aparentemente) voluntaria y libre. Además, la epistemología cartesiana (vg., su investigación sobre las condiciones de validez del conocimiento) hace un aporte tácito, pero fundamental, al campo de la filosofía práctica: la responsabilidad no es ilusoria, pues si hay conocimiento legítimo, y éste versa en parte sobre algunas relaciones causales, hemos de tomar nuestras decisiones sin hacernos de oídos sordos a las consecuencias previsibles de nuestros actos.

Sin embargo, parece que Descartes nunca intentó demostrar la corrección de la citada hipótesis sobre el libre albedrío, como no fuera poniéndola a prueba indirectamente, acaso examinando su capacidad de producir resultados favorables. Descartes compara el cuerpo de los conocimientos a un árbol cuyas raíces son de tipo metafísico, el tronco equivale a la física, y las ramas principales son las artes mecánicas (cuya importancia está en que permiten disminuir el trabajo de los hombres), la medicina y la moral. La metafísica es fundamental, pero añade que los frutos de un árbol no se cogen de las raíces, sino de las ramas.

Teoría de las dos sustancias [ editar]

La sustancia es aquello que existe por sí mismo sin necesidad de otra cosa, es decir, es aquello autosubsistente. Partiendo del cogito Descartes sostiene que él mismo es sólo una sustancia pensante, dado que ni siquiera el escéptico radical puede negar la existencia del pensamiento (su negación sería un pensamiento más), mientras sí puede mantenerse una duda sobre el cuerpo. Este razonamiento es sospechoso, dado que una idea tan evidente como el propio cogito puede ponerse en duda en términos generales (es inteligible la frase: «las ideas más evidentes son dudosas, acaso están equivocadas»), y esta clase de duda sólo queda claramente superada cuando se refutan las razones para dudar más radicales que ha admitido la investigación. Además, sólo estas mismas razones habían permitido poner en duda las más elementales de las ideas sensibles ( Cfr. el argumento escéptico del sueño y sus secuelas inmediatas, tanto en el Discurso IV, como en la Meditación I). Ahora bien, entre estas ideas simples se encuentran la extensión, la figura, etc.

En cualquier caso, la teoría de las dos sustancias nos invita a un mundo dualista. Para llegar de una realidad a otra, del cuerpo al alma (en la percepción sensorial), o viceversa (como en el movimiento voluntario) Descartes menciona que hay una glándula en el cerebro humano (la pineal), donde se encuentra el punto de contacto entre ambas sustancias. Por supuesto Descartes nunca pudo verificar esta afirmación. Por otro lado Descartes afirma que hay dos tipos de sustancia, la infinita y la finita. La sustancia infinita es Dios, que es un ser perfecto o infinito (estas dos nociones parecen equivalentes, tal como D. las emplea). Tradicionalmente se considera que Descartes introduce a Dios en su metafísica como garantía de la verdad, pero esto da lugar al profundo problema de la circularidad, que Descartes mismo señala en la "Carta a los Decanos y Doctores..." que antecede a las Meditaciones.

El problema del círculo [ editar]

¿Cómo sabemos que existe Dios, si frente a los ateos no basta invocar un texto sagrado, y frente al escéptico no bastaría dar una prueba, siquiera evidente? Este es un tema discutido entre los comentaristas, pero hay dos respuestas básicas: 1) no lo sabemos en absoluto. O bien 2), se trata de una prueba dialéctica. Según esta línea interpretativa, Descartes no ha intentado demostrar la existencia de Dios, sino refutar la hipótesis en la que se funda la duda. Esto se conseguiría al mostrar 1) que un argumento incompatible con la hipótesis del genio (o del azar adverso, etc.) es comparativamente 'más sólido que' la(s) respectiva(s) hipótesis escéptica(s); y 2), que ni ese argumento, ni el juicio que lo considera incompatible y superior al alegato opuesto, merecen ser juzgados circulares. Este camino sólo sería promisorio, por supuesto, si no suponemos de entrada que la duda radical planteada por el escéptico y admitida en la investigación, es universal (si lo fuera, a priori toda respuesta a esa duda estaría condenada a la circularidad). Además, habría que preguntarse dos cosas: 1) ¿es posible plantear una duda general, que afecte incluso a las ideas evidentes, pero que no sea universal? (Una posibilidad, desde luego, es imaginar que la duda se formula con ayuda del cuantificador plurativo: "la mayoría de...") Y 2), ¿habría razones que permitan desechar la duda universal, que sean distintas del fracaso al que estaríamos condenados, si hubiésemos de enfrentar esta clase de escepticismo? Esta última es una pregunta abierta.

Bibliografía relacionada [ editar]

Ediciones accesibles en español de obras cartesianas [ editar]

  • Descartes, R. Discurso del Método y Meditaciones Metafísicas, Traducción de Manuel García Morente. Ed. Espasa Calpe (Colección Austral). [El texto está disponible en la Biblioteca Virtual Miguel de Cervantes].
  • Descartes, R. Discurso del método, Ediciones de la Universidad de Puerto Rico / Editorial Revista de Occidente, Madrid / Río Piedras, Puerto Rico, 1954. Edición bilingüe. Trad., Estudio Preliminar y Notas de Risieri Frondizi.
  • Descartes, R. Discurso del método (Discours de la méthode pour bien conduire sa Raison et chercher la Vérité dans les Sciences ), Editorial Aguilar, Buenos Aires, 1968. Trad. y Prólogo de Antonio Rodríguez Huéscar .
  • Descartes, R. Discurso del Método, Dióptrica, Meteoros y Geometría, Editorial Alfaguara, Madrid, 1981. Trad., Introducción, Cronología, Bibliografía Selecta y Notas de Guillermo Quintás Alonso.
  • Descartes, R. Discurso del Método, Grupo Editorial Norma, Colección Cara y Cruz. Santa Fé de Bogotá, 1992. Trad., Cronología, Bibliografía y Notas de Jorge Aurelio Díaz A. [Ofrece la paginación AT]
  • Descartes, R. Meditaciones Metafísicas con las Objeciones y Respuestas. Trad. de Vidal Peña. Ed. Alfaguara, Madrid [Ofrece la paginación AT].
  • Descartes, R. Los Principios de la Filosofía(Principia Philosophiae), Ed. Losada, Buenos Aires, 1951. Trad. del latín de Gregorio Halperin.
  • Descartes, R. Dos opúsculos. Trad. de Luis Villoro, UNAM. [Contiene las Reglas para la dirección del espíritu y la Búsqueda de la verdad mediante la luz natural].
  • Descartes, R. El Mundo o Tratado de la luz, Trad. L. Benítez.
  • Descartes, R. Tratado del Hombre. Trad. de Quintás.
  • Descartes, R. Las pasiones del alma, Ediciones Península, Barcelona,1972. Trad. de Francisco Fernández Buey. Introducción de François Villandry.

Bibliografía secundaria [ editar]

  • Beyssade, J-M. Descartes au fil de l'ordre. Vrin
  • Clarke, Desmond. La filosofía de la ciencia de René Descartes Alianza Universidad.
  • Curley, E. Descartes Against the Skeptics.
  • De Teresa, J. Descartes. U. Aut. Metropolitana, México 2007.
  • Doney, W. (Comp.) Descartes. A Collection of Critical Essays
  • Gaukroger, S. Descartes. An Intellectual Biography
  • José Ortega y Gasset: ¿Qué es filosofía?; O.C., Vol. VII, Ed. Alianza, Madrid.
  • José Ortega y Gasset: La idea de principio en Leibniz y la evolución de la teoría deductiva; O.C., Vol. VIII, Ed. Alianza, Madrid.
  • José Ortega y Gasset: Sobre la razón histórica; O.C., Vol. XII, Ed. Alianza, Madrid.
  • Edmund Husserl: Ideas relativas a una fenomenología pura y a una filosofía fenomenológica; §§32 y siguientes.
  • Edmund Husserl: La crisis de las ciencias europeas y la fenomenología transcendental; §§17 y siguientes.
  • Martin Heidegger: Ser y Tiempo, §§ 19, 20 y 21, Ed. Universitaria, Santiago de Chile, 1997. Trad. de Jorge Eduardo Rivera Cruchaga.
  • Martin Heidegger: La época de la imagen del mundo; en Caminos de bosque, Ed. Alianza, Madrid, 1995 y 1998. Trad. de Helena Cortés y Arturo Leyte.
  • Martin Heidegger: Prolegómenos para una historia del concepto de tiempo, § 22, Ed. Alianza, Madrid, 2006.Trad. de Jaime Aspiunza.
  • Leonardo Polo: Evidencia y realidad en Descartes, 1996.

Maritain, Jacques. "Tres Reformadores".

Véase también [ editar]

Enlaces externos [ editar]

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