"Aquella noche vi arder la sinagoga desde la ventana de mi casa, cuando ya nos íbamos a la cama. Luego vinieron unos hombres, nos sacaron a la calle, registraron la casa, sacaron todas las cosas de los armarios y las tiraron por el suelo; se llevaron a mi padre. Mi madre, mi hermana, mi hermano y yo estuvimos tres semanas sin saber qué había sido de él. Luego nos enteramos de que estaba trabajando como esclavo en el campo a unos kilómetros de Köningsberg. Después, a mí me llevaron a trabajar como esclava a una fábrica de jabón y a ellos también al campo. Cada poco veía transportes que se llevaban a vecinos y conocidos a los campos de concentración. Nunca los volví a ver".
Rechama Drober, ahora ciudadana del Estado de Israel, nos cuenta los recuerdos de aquella noche del 9 al 10 de noviembre de 1938 en la entonces Königsberg, una ciudad alemana de la Prusia profunda que hoy es la rusa Kaliningrado. Tenía seis años, pero sus recuerdos parecen estar muy vivos: "Cuando me quedo sola en casa inevitablemente me vienen siempre esos recuerdos. Cuando es así, sé que después voy a tener pesadillas".
Ya quedan pocos testigos directos de aquella noche que ha pasado a la historia como La Noche de los Cristales Rotos (Kristallnacht o La Noche del Pogromo).
Todo empezó en París. Esa podría ser una buena forma de comenzar una novela. En realidad, todo había empezado mucho antes en Alemania. Hitler y su banda querían eliminar a los judíos de la faz de la tierra.
Permisos de residencia
En agosto de 1938 cancelaron todos los permisos de residencia para extranjeros obligando a todos a pasar por la ventanilla para renovarlos. Los judíos de origen extranjero --la mayoríapolacos-- estaban incluidos en la medida, aunque llevaran décadas viviendo en Alemania.
El 28 de octubre de 1938, por orden de Hitler, 17.000 judíos de origen polaco fueron sacados de sus casas, transportados hasta la frontera con Polonia. Polonia no quiso aceptarlos.Durante semanas estuvieron bajo la lluvia y el frío en tierra de nadie.
Entre ese grupo de deportados estaba la familia Grynszpan. Uno de sus hijos, Herschel, de 17 años, se salvó porque estaba en París con su tío. A primeros de noviembre, Herschel --y su tío-- recibieron una postal de su hermana que les contaba la situación desesperada que estaba viviendo toda la familia en la frontera de Polonia y Alemania.
Asesinato en la embajada de París
El 7 de noviembre, Herschel escribió una carta: "Queridos padres, no puedo hacer otra cosa.Que Dios me perdone. Mi corazón sangra cuando oigo hablar de la tragedia de 17.000 judíos. Debo protestar para que el mundo entero escuche; me veo obligado a hacer lo que voy a hacer. Perdónenme, Herschel".
Herschel se las había apañado para comprar un revólver. Se dirigió a la embajada alemana, pidió ver a un alto funcionario y cuando tuvo delante al secretario de la embajada, Ernst von Rath, le disparó tres tiros en el abdomen.
Von Rath no murió inmediatamente. En el hospital certificaron que era grave, pero que no corría peligro de muerte. Hay pruebas de que von Rath probablemente habría salido de aquella. Pero Hitler había encontrado el motivo que necesitaba. Por orden directa de Hitler, se dejó de suministrar a von Rath los cuidados médicos que necesitaba y el 9 de noviembre murió. Todos los judíos eran ya culpables de asesinato.
La noche de la venganza había comenzado. Los esbirros con los uniformes marrones de las SA, las tropas paramilitares se lanzaron a la caza del judío. 1574 sinagogas judías, casi todas las de Alemania, ardieron. 7.000 tiendas judías fueron saquedas. Miles de domicilios asaltados. 30.000 judíos fueron arrastrados hacia los campos de concentración que sirvieron de modelo después, Dachau, Sachsenhausen, Buchenwald. Aquella misma noche murieron 100, tiroteados o apaleados.
Espiral de violencia
Muchos ciudadanos alemanes alentaban e incluso apoyaban a los de las casacas marrones en su búsqueda del Jude. Otros, simplemente contemplaban el espectáculo desde primera fila, aplaudiendo entusiasmados, mientras se llevaban a los judíos en camiones y las sinagogas ardían ante la pasividad de los bomberos, que sólo cuidaban de que las llamas no afectaran a otras casas.
Solo en el caso de la nueva sinagoga de Berlín un bombero alemán apagó las llamas a tiempo y por eso tiene ahora una placa. La vieja sinagoga de Berlín, en la parte Oeste, se había salvado de las llamas por la noche, quizá por su imponente arquitectura. Goebbels en persona ordenó incendiarla por la mañana. Isaac, entonces un niño, recuerda ver entrar a mucha gente, sacar cosas, tirarlas y luego antorchas, antes de que fuera pasto de las llamas.
En la recién anexionada --por aclamación popular-- Austria, ocurría lo mismo. A los judíos se les obligó a fregar con pequeños cepillos las calles de la imperial Viena mientras los arios los rodeaban y se mofaban de ellos antes de enviarlos a Mautthausen.
Fue el comienzo de "la solución final", como Adolf Eichmann llamó, tres años después, al encargo de Himmler, Goering, Goebbels y Hitler de eliminar a los judíos de los territorios del III Reich.
El Holocausto no sólo afectó a los judíos. 12 millones de personas, la mitad judíos, pero también gitanos, homosexuales, discapacitados, izquierdistas, comunistas, prisioneros soviéticos, murieron en los campos de exterminio.
Los judíos, hoy
Han pasado 75 años desde 9 de noviembre de 1938. Ahora mismo, en Alemania viven aproximadamente 200.000 judíos, muchos llegados no hace muchos años, tras la caída de la Unión Soviética. Es casi el número de judíos que tenía sólo Berlín en 1938.
Es difícil encontrar un judío, aunque haya nacido aquí, que diga abiertamente que su patria es, secillamente, Alemania. Para los que tienen una cierta edad es sencillamente imposible asumir que Alemania es su patria; como mucho, hay un sentimiento de "doble nacionalidad", de sentirse alemán y ruso, alemán y ucraniano, alemán e israelí, alemán y... judío.
Alemania es uno de los más fieles aliados del Estado de Israel. Se siente en deuda con el pueblo judío y se lo paga con esa alianza política sin fisuras. Pocos políticos se atreven a criticar al Gobierno de Israel. Corren peligro de ser tachados de antisemitas. Pero es que es muy difícil criticar las actuaciones del Gobierno israelí de turno sin caer en clichés antisemitas. Es muy difícil criticar al gobierno israelí sin acercarte peligrosamente a lo que predica la extrema derecha neonazi, que, a su vez, está peligrosamente cerca a lo que predican los islamistas radicales.
Una manifestación palestina en el centro de Berlín: hay gritos contra los asentamientos judíos en Cisjordania, contra las incursiones de venganza israelí por los cohetes de Hamas. Un policía dice: "Las manifestaciones contra el Estado de Israel están prohibidas, los gritos contra el Estado de Israel en las manifestaciones están prohibidos, pero no están prohibidos los gritos que acusan al Gobierno israelí de "asesinar niños palestinos".
Mitos y realidades del antisemitismo
Lo difícil que es distinguir el antisemitismo de las críticas legítimas al Gobierno de Israel lo pudo comprobar Günter Grass cuando compuso un poema advirtiendo del peligro para el mundo que Israel tenga la bomba atómica. ¿No le parece a Grass un peligro que la tuviera Irán?, se preguntaban muchos. ¿Le parece a Grass más peligroso un estado democrático que la pléyade de dictaduras medievales del mundo islámico?
"Naturalmente que hay antisemitismo en la sociedad alemana", nos dice el doctor Wolfgang Benz, quizá el investigador más destacado sobre el antisemitismo. "Está incrustado en el centro de la sociedad. Lo que ocurre aquí, a diferencia del resto de países de Europa, es que aquí no se puede demostrar públicamente, porque te perjudicará en tu carrera. Pero hay antisemitismo implícito en el lenguaje, en los textos, por ejemplo cuando se habla de todo el conflicto en la costa Este (del Mediterráneo), cuando se dice que "los judíos dominan la bolsa de Nueva York" o cuando se critica al Estado de Israel por ser judío, no al Gobierno israelí".
Todavía hoy, y lo recordaba la canciller Angela Merkel en su mensaje de vídeo de esta semana, cada institución, cada organización judía, escuela, librería, sinagoga..., necesita de protección policial. "Cuesta creerlo, pero es verdad", decía Angela Merkel.