¿Por qué Hitler invadió la URSS?
Es un lugar común que el mayor error de los alemanes en la Segunda Guerra Mundial fue invadir la URSS. Si no se hubiesen metido en aquel berenjenal, se dice, Hitler habría concluido con éxito la aventura militar de 1939-40 doblegando la resistencia inglesa e imponiendo un nuevo orden en el continente. Tal vez, años más tarde, nazis y soviéticos se hubiesen visto las caras en una nueva e inevitable confrontación, pero Alemania estaría ya en condiciones de plantarse frente a la mole rusa con ciertas garantías y el dominio alemán en Europa sería incontestable.
Si es así, que no lo es, el gran interrogante radica en saber por qué el invicto Hitler se embarcó en una campaña que tenía perdida de antemano complicándose de paso una guerra que le iba viento en popa. La explicación más habitual a algo, aparentemente, tan irracional es incidir en la locura del Führer que, borracho de triunfo tras aplastar a Francia, se sintió llamado por la historia a liquidar de un plumazo el imperio bolchevique que estaba poblado, además, por eslavos inferiores llamados únicamente a servir al nuevo amo ario. Para ello ignoró los consejos de sus generales y se dejó llevar por un optimismo enfermizo, sobreestimando sus propias fuerzas e infravalorando las del adversario.
Lo cierto es que Hitler no pensó en ningún momento que la invasión de Rusia iba a complicarle la guerra sino a hacérsela mucho más llevadera. Estaba convencido –él y todo su Estado Mayor– que, más tarde o más temprano se terminaría formando una entente, parecida a la de la Primera Guerra Mundial, formada por los Estados Unidos, Rusia e Inglaterra. Si, anticipándose, eliminaba a uno de sus futuros enemigos, la tentativa quedaría conjurada para siempre. El problema, su problema, es que sólo estaba en guerra con uno de ellos, con el Reino Unido. Con Estados Unidos existía una relación tensa pero pacifica, y a la Rusia de Stalin le unía un pacto de no agresión gracias al cual había invadido Polonia a placer.
Lo lógico, visto desde hoy, es que hubiera intensificado su ofensiva contra Inglaterra, pero Alemania no estaba preparada para mantener los ataques aéreos, y mucho menos para efectuar un desembarco en las costas británicas. La Inglaterra de 1940 era una potencia mundial, mucho más poderosa que Rusia y dotada de una Armada realmente temible. Las islas británicas, por añadidura, carecían de valor estratégico para los nazis. Era un archipiélago periférico y aislado que, debidamente controlado, poco o nada podía hacer por interponerse en los planes de Hitler.
Rusia, por el contrario, se antojaba en Berlín como un desastre sin paliativos en lo militar. La derrota del Ejército Rojo en Finlandia durante el invierno de 1939 frente a un puñado de guerrilleros emboscados en la taiga venía a demostrarlo. Stalin había decapitado a la cúpula militar en las purgas de 1937-38 y el armamento con el que contaba el Ejército Rojo era bastante peor que el del alemán. Por último, las llanuras rusas eran el campo de batalla ideal para la táctica preferida de los estrategas del Reich: la blitzkrieg, un tipo de ataque novedoso, rápido, letal e imposible de frenar.
A diferencia de Inglaterra, Rusia sí era estratégico, y mucho. A espaldas del Reich todo era Unión Soviética, miles de kilómetros de frontera virtualmente indefendibles. Prácticamente todo el petróleo que Alemania consumía procedía de los yacimientos del Mar Caspio. Esto, junto a la industria pesada y, sobre todo, el feraz campo ucraniano, podían poner en jaque mate a la máquina bélica alemana si Stalin decidía aliarse con Inglaterra.
En el Berlín de 1940 se pensaba, naturalmente, que los eslavos eran seres inferiores pero, por encima de la ideología, los generales de Hitler estaban persuadidos de que, amén de lo anterior, los pueblos que convivían de mala manera en el seno soviético estaban muy desmotivados tras 20 años de miseria y hambrunas. Esto llevaría a bielorrusos, ucranianos o lituanos a recibir a los invasores como liberadores o, en el peor de los casos, a no ofrecer resistencia.
Vistas así las cosas, que es como estaban entonces, lo más oportuno era entrar en Rusia cuanto antes y quitarse el problema de en medio. Hitler, efectivamente, era un peligroso desequilibrado mental, pero no planificó la campaña de Rusia bajo el influjo de la locura. Midió bien sus pasos y estaba convencido de que iba a ganar.
En junio de 1941 dio comienzo la Operación Barbarroja. El generalato nazi, que se las prometía tan felices, se dio de bruces con la realidad y la guerra mundial inauguró su teatro de operaciones más mortífero e inhumano. Un ejemplo perfecto de cómo en la guerra no hay nada seguro y como una decisión equivocada, sólo una, puede llevar a colapso definitivo.