Octava entrega de “Archienemigos de Roma“. Colaboración de Gabriel Castelló.
Hoy descubriremos un personaje singular de nuestra vieja Hispania. Pero, para entender mejor su origen y contexto, tendremos que empezar por lo más básico. Corocotta fue el líder cántabro más conocido durante las guerras que enfrentaron a este indómito pueblo con Roma.
Pero, ¿quiénes eran aquellos bárbaros asilvestrados que atemorizaban tanto a los pueblos indígenas de los llanos? Los cantabri habitaban la actual Cantabria y parte de Burgos, Asturias y País Vasco. Fueron mercenarios de élite con Aníbal Barca, gentes hoscas de las montañas y sus tierras brumosas son descritas por Catón el Viejo en sus Orígenes (195 a.C.) Me basaré en la definición que hizo el geógrafo Estrabón de aquellas gentes que tantos quebraderos de cabeza le ocasionaron a Augusto:
No sabemos el motivo exacto por el que Roma decidió intervenir militarmente en aquellas tierras frías e inhóspitas. En las fechas de la primera confrontación cántabra, 26 a.C., se produjo el nuevo reparto provincial de Hispania, desapareciendo la Ulterior y Citerior y creándose la Lusitania, Bética y Tarraconense. Asturia quedó bajo la influencia de Lusitania, mientras que Cantabria era jurisdicción de la Tarraconense, provincia gestionada por el nuevo princeps Augusto. Personalmente, pienso que el descubrimiento de las minas de oro de las Médulas (León) en plena tierra hostil y su consiguiente necesidad de explotación justificó movilizar legiones en el norte de Hispania. Además, la costumbre cántabra de saquear a sus vecinos sometidos a Roma cada verano originó el pretexto ideal para abrir las puertas del templo de Jano y justificar la campaña.
Pero vayamos a nuestro archienemigo de hoy: Corocotta. Todo alrededor de él es incierto, héroe nacional cántabro, azote de Roma, rebelde indómito y líder de masas. Esta es la imagen idealista que se tiene de él hoy en día en Cantabria. Pero hay grandes lagunas que conceden el beneficio de la duda sobre este personaje extraordinario:
Primera tesis: Caudillo cántabro oriundo, de nombre céltico. Según el hispanista alemán del siglo XIX Adoff Schulten – una auténtica eminencia en el pasado romano de Hispania – Corocotta unificó a las diversas tribus que habitaban las tierras cántabras (orgenomescos, vadinianos y concanos principalmente) y fue el líder de la resistencia desde el 26 al 19 a.C. Roma puso precio a su cabeza, para ser más exactos 200.000 sestercios (por buscar una equivalencia que ayude a entender su abultado montante, con un sestercio se cenaba y dormía en una mansio). Un día se presentó un bárbaro desaliñado ante Augusto con intención de cobrar la recompensa. El princeps le miró de soslayo y le preguntó dónde estaba el caudillo cántabro, a lo que el sujeto le contestó algo así como “Aquí me tienes, yo soy Corocotta; ahora págame lo que me debes”. Augusto, abrumado por semejante valentía, le dejó ir… y le pagó su recompensa.
Segunda tesis: Bandido norteafricano. Esta nueva teoría desdice a Schulten planteando ciertas dudas que harían quebrarse la versión oficial:
Archienemigos de Roma. Corocotta, un héroe controvertido escrito por Javier Sanz en: Historias de la Historia
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Hoy descubriremos un personaje singular de nuestra vieja Hispania. Pero, para entender mejor su origen y contexto, tendremos que empezar por lo más básico. Corocotta fue el líder cántabro más conocido durante las guerras que enfrentaron a este indómito pueblo con Roma.
Pero, ¿quiénes eran aquellos bárbaros asilvestrados que atemorizaban tanto a los pueblos indígenas de los llanos? Los cantabri habitaban la actual Cantabria y parte de Burgos, Asturias y País Vasco. Fueron mercenarios de élite con Aníbal Barca, gentes hoscas de las montañas y sus tierras brumosas son descritas por Catón el Viejo en sus Orígenes (195 a.C.) Me basaré en la definición que hizo el geógrafo Estrabón de aquellas gentes que tantos quebraderos de cabeza le ocasionaron a Augusto:
[…] Estos se alimentan, en dos tiempos del año, de bellota, secándola, moliéndola y haciendo pan de la harina. Forman bebida de cebada; tienen poco vino, y el que llega lo consumen luego en convites con los parientes. Usan manteca en lugar de aceite. Cenan sentados, dispuestos a este fin asientos en las paredes. La edad y la dignidad llevan los primeros lugares. Mientras se sirve la bebida bailan al son de gaita y de flauta.
Vístense todos de negro con sayos, de que forman cama, echándolos sobre jergón de hierbas. Tienen vasos de cera como los celtas, y las mujeres gastan ropas floridas o de color de rosa. En lugar de dinero conmutan una cosa por otra, o cortan algo de una lámina o plancha de plata. A los condenados a muerte los precipitan desde una roca, y a los parricidas los cubren de piedras fuera de sus términos o de sus ríos.
Los casamientos son al modo de los griegos; y a los enfermos los sacan al público, como los egipcios, a fin de tomar consejo de los que hayan sanado de semejante accidente.
La rusticidad y fiereza de sus costumbres proviene no sólo de las guerras, sino de vivir apartados de otras gentes, y faltando comunicación falta también sociedad y humanidad. Hoy se ha remediado algo por el trato con los romanos después de sujetarlos Augusto; pero los que tienen menos comunicación son más inhumanos, contribuyendo para ello la aspereza de los montes en que viven.
Lávanse con orines que dejan pudrir en las cisternas, y hombres y mujeres se limpian con ellos los dientes. Parécense a los celtas, a los de la Thracia y Scitia.
Las mujeres labran los campos, y cuando paren hacen acostar a los maridos y ellas les sirven. Cuéntase también en prueba de la demencia cantábrica que algunos, viéndose clavados en cruces por sus enemigos, cantaban alegremente, lo que indica fiereza. De una hierba semejante al apio forman un veneno activísimo que mata sin dolor, y lo tienen a la mano para usarlo en cualquier adversidad, especialmente por si daban en manos de romanos […]Durante las dos guerras civiles, las tierras de los astures y cántabros quedaron fuera de las operaciones principales. Eran tierras bárbaras, aún fuera de los límites de la República, aunque sí se sabe que grupos de jinetes cántabros participaron en la guerra civil enrolados en las cohortes hispanas de los legados de Pompeyo durante la batalla de Ilerda (49 a.C.)
No sabemos el motivo exacto por el que Roma decidió intervenir militarmente en aquellas tierras frías e inhóspitas. En las fechas de la primera confrontación cántabra, 26 a.C., se produjo el nuevo reparto provincial de Hispania, desapareciendo la Ulterior y Citerior y creándose la Lusitania, Bética y Tarraconense. Asturia quedó bajo la influencia de Lusitania, mientras que Cantabria era jurisdicción de la Tarraconense, provincia gestionada por el nuevo princeps Augusto. Personalmente, pienso que el descubrimiento de las minas de oro de las Médulas (León) en plena tierra hostil y su consiguiente necesidad de explotación justificó movilizar legiones en el norte de Hispania. Además, la costumbre cántabra de saquear a sus vecinos sometidos a Roma cada verano originó el pretexto ideal para abrir las puertas del templo de Jano y justificar la campaña.
Pero vayamos a nuestro archienemigo de hoy: Corocotta. Todo alrededor de él es incierto, héroe nacional cántabro, azote de Roma, rebelde indómito y líder de masas. Esta es la imagen idealista que se tiene de él hoy en día en Cantabria. Pero hay grandes lagunas que conceden el beneficio de la duda sobre este personaje extraordinario:
Primera tesis: Caudillo cántabro oriundo, de nombre céltico. Según el hispanista alemán del siglo XIX Adoff Schulten – una auténtica eminencia en el pasado romano de Hispania – Corocotta unificó a las diversas tribus que habitaban las tierras cántabras (orgenomescos, vadinianos y concanos principalmente) y fue el líder de la resistencia desde el 26 al 19 a.C. Roma puso precio a su cabeza, para ser más exactos 200.000 sestercios (por buscar una equivalencia que ayude a entender su abultado montante, con un sestercio se cenaba y dormía en una mansio). Un día se presentó un bárbaro desaliñado ante Augusto con intención de cobrar la recompensa. El princeps le miró de soslayo y le preguntó dónde estaba el caudillo cántabro, a lo que el sujeto le contestó algo así como “Aquí me tienes, yo soy Corocotta; ahora págame lo que me debes”. Augusto, abrumado por semejante valentía, le dejó ir… y le pagó su recompensa.
Segunda tesis: Bandido norteafricano. Esta nueva teoría desdice a Schulten planteando ciertas dudas que harían quebrarse la versión oficial:
- Dion Casio no habla de él en sus crónicas de las Guerras Cántabras, sino bastante después, en un panegírico sobre la clemencia de Augusto.
- En dicho texto lo menciona como bandido en Hispania, no como un bandido hispano; ese simple detalle indica la procedencia extranjera del individuo.
- Cierto es que Augusto se pasó la mayor parte de la guerra en el pretorio de Tarraco; Su salud no era fuerte y sus médicos le aconsejaron reposo; Es difícil pensar en un caudillo cántabro cruzando una provincia romana en estado de guerra para cobrar una recompensa. Además, Dion Casio no habla en su crónica de ningún campamento consular o rendición por parte del cántabro, cosa que afirma Schulten sin ninguna evidencia contrastable.
- Obviamente, presentarse por su propia cuenta ante un magistrado de Roma reclamando una recompensa es más propio de un bandido que de un patriota idealista. No es una conducta muy lógica para un héroe de la resistencia indígena.
- Por último, Corocotta es la latinización de un nombre griego que define un conocido animal del norte de África – Krokóttas, el chacal – un nombre que encaja perfectamente con la personalidad de un pirata o gánster de la Antigüedad. Hay un documento de época tardía que se encontró cerca de Cartago en el que aparece un tal M. Grunio Corocotta; Puede que de esta provincia africana fuese originario nuestro hombre.
“De los cántabros no se cogieron muchos prisioneros; pues cuando desesperaron de su libertad no quisieron soportar más la vida, sino que incendiaron antes sus murallas, unos se degollaron, otros quisieron perecer en las mismas llamas, otros ingirieron un veneno de común acuerdo, de modo que la mayor y más belicosa parte de ellos pereció. Los astures, tan pronto como fueron rechazados de un lugar que asediaban, y vencidos después en batalla, no resistieron más y se sometieron en seguida”Para quien sienta la llamada de Lug y quiera saber más de aquellos tiempos de leyenda, le recomiendo encarecidamente que se lea este verano “El Último Soldurio” de Javier Lorenzo, una fabulosa novela histórica cuyo protagonista es este hombre extraordinario, bandido o héroe, que fue capaz de incordiar todo un Imperio durante más de siete años.
Archienemigos de Roma. Corocotta, un héroe controvertido escrito por Javier Sanz en: Historias de la Historia
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