Si echamos un vistazo a los índices de los manuales y libros de Historia del Arte del reciente bachillerato español, no encontraremos el nombre de ninguna mujer escultora o pintora anterior a la Edad Contemporánea y si los comparamos con los que se estudiaban hace veinte o treinta años, concluiremos que en poco han variado: “el pasado ya está escrito y no hay mucho que modificar –dice la vox populi”. Sin embargo no es así y cualquiera que haya dedicado un tiempo a estudiar en profundidad alguno de los temas que trata la historiografía se dará rápidamente cuenta de que los datos se interpretan de maneras diversas, dependiendo del método que se haya seguido y de la importancia que se haya dado a unos u otros. Además, y esto es lo fundamental para acercarnos de manera más o menos completa a nuestro pasado, los datos de que disponemos no son siempre abundantes y menos si queremos estudiar temas que en el pasado reciente estuvieron ignorados como es el caso de todo lo relativo al mundo femenino, del que se concluyó sin dar demasiadas justificaciones que carecía de importancia a nivel artístico, científico o literario, pues la mujer había estado relegada al mundo del hogar (por imposición social y/o necesidades inherentes a la maternidad) y profesionalmente no había podido hacer mucho. Poco dinero y tiempo se invirtió bajo esta mentalidad en indagar sobre sus posibles logros y cuando alguno se encontró de manera casual, se calificó de excepción y no se incidió en su importancia como destello de un mundo escondido y olvidado.
Por casualidad y en 1996, durante la restauración en el Museo del Prado de un cuadro atribuido a Sánchez Coello, se destapó la firma de la pintora de corte del rey Felipe II: Sofonisba Anguissola (Cremona, 1532- Palermo, 1625), verdadera autora del retrato del monarca y hasta entonces, y pese al prestigio de que gozo en el Renacimiento, totalmente desconocida en la España que supera el Antiguo Régimen. Como desconocidas han sido otras artistas que trabajaron en nuestro país durante el siglo XVI y, así, casi nadie ha oído hablar de Catharina van Hemessen (Amberes, 1528- 1587) o Lavinia Fontana (Bolonia, 1552- Roma, 1614), la última con obra importante en el Monasterio de San Lorenzo del Escorial. Tampoco de la admiración que un siglo después el propio Diego Velázquez sintió por Artemisia Gentileschi, a quien compró un cuadro: el Nacimiento de San Juan Bautista, también hoy en el Prado junto a obras de otras creativas pintoras del Barroco como Margarita Caffi o Clara Peeters. Por casualidad van surgiendo de esta manera nombres y más nombres de mujeres que vivieron independientes de su profesión de artistas y lo mismo va sucediendo en otros campos del saber en los que también participaron, pero llama la atención el poco interés que este tema sigue despertando a nivel institucional y que está siendo suplido por trabajos personales de autores dispersos.
En el ensayo “Las Chicas del Óleo, pintoras y escultoras anteriores a 1789” que acaba de publicar editorial Akrón dentro de su colección ¿Quiere Saber Más? cito más de doscientos nombres de mujeres artistas anteriores a nuestra era, también de la Edad Media y Antigua. De algunas no conservamos trabajos y sólo sabemos del prestigio de que gozaron en su momento a través de las citas que autores como Plinio el Viejo o Giorgio Vasari escribieron, pero si disponemos de suficiente documentación sobre otras como para concluir que tuvieron carreras exitosas e influyeron de manera decisiva en la evolución del Arte.
En este empeño individual por sacar a la luz de nuevo sus existencias, hay quienes interpretan los datos bajo la influencia de la educación recibida y siguen concluyendo que las vidas de estas mujeres artistas fueron excepcionales y llenas de obstáculos. Otros sacamos conclusiones diferentes y no podemos ver una carrera de obstáculos en la vida de unas pintoras que fueron requeridas por los reyes más importantes de su época, pagadas con generosidad, nombradas miembros de las Academias de las Artes, reconocidas por los grandes de la generación siguiente, y que vivieron con la misma libertad que sus compañeros masculinos según demuestran sus biografías.
Es con el advenimiento de la Revolución Industrial y Liberal cuando sus nombres empiezan a ser olvidados cuando no, como en el caso de Sofonisba Anguissola antes citado, directamente tapados con óleo e intencionadamente ocultados, y es a partir de la propagación de este nuevo mundo de familias burguesas más reducidas, con hogar y trabajo en diferentes edificios y con roles económicos cada vez más inamovibles cuando se difunde la idea de que las mujeres estuvieron siempre cuidando sus casas y proles, que identificamos con las nuestras sin analizar lo diferente que fue una sociedad estructurada en gremios con trabajo y vivienda indiferenciados y donde toda la familia colaboraba en el mantenimiento del taller.
La Revolución Industrial, y por derivación social, que se produjo en el siglo XIX reglamentó unos roles y modelos de vida que antes no se habían dado. El interrogante es por qué hoy, en el siglo XXI, seguimos aferrados a la idea de que antes de la fecha clave de 1789 la sociedad nunca fue diferente o, caso de haberlo sido, siempre fue peor.
Los estudios antropológicos están más que avanzados y concluyen siempre que nuestro mundo no tiene por qué ser el mejor de los posibles (tampoco el peor). ¿Por qué se siguen sin incluir entonces los nombres de las mujeres artistas y escultoras de la historia en los programas de estudios? Sánchez Coello y los retratistas de Felipe II tenían un lugar en los manuales hasta 1996, después y a medida que se supo que la mayoría de los cuadros a ellos atribuidos pertenecían a la italiana Sofonisba, los retratistas del rey Habsburgo han prácticamente desaparecido y los mismos cuadros parece que ahora carecen de relevancia. Sofonisba Anguissola fue reconocida por Rubens y sus logros manieristas estudiados por Van Dyck, ¿no entendían ellos de arte?
Podríamos citar muchos otros ejemplos porque, en definitiva, la mujer –como ser humano con capacidad abstracta- ha tenido un papel activo, que ya no debiera ser desconocido, en la Historia del Arte.
Colaboración de Isabel del Río autora de la novela Ariza (ed. Alcalá, 2008) y del ensayo “Las Chicas del Óleo, pintoras y escultoras anteriores a 1789”. Dirige la revista cultural Yareah magazine de arte y literatura. Es licenciada en Geografía e Historia y profesora en un instituto de Madrid.
Por casualidad y en 1996, durante la restauración en el Museo del Prado de un cuadro atribuido a Sánchez Coello, se destapó la firma de la pintora de corte del rey Felipe II: Sofonisba Anguissola (Cremona, 1532- Palermo, 1625), verdadera autora del retrato del monarca y hasta entonces, y pese al prestigio de que gozo en el Renacimiento, totalmente desconocida en la España que supera el Antiguo Régimen. Como desconocidas han sido otras artistas que trabajaron en nuestro país durante el siglo XVI y, así, casi nadie ha oído hablar de Catharina van Hemessen (Amberes, 1528- 1587) o Lavinia Fontana (Bolonia, 1552- Roma, 1614), la última con obra importante en el Monasterio de San Lorenzo del Escorial. Tampoco de la admiración que un siglo después el propio Diego Velázquez sintió por Artemisia Gentileschi, a quien compró un cuadro: el Nacimiento de San Juan Bautista, también hoy en el Prado junto a obras de otras creativas pintoras del Barroco como Margarita Caffi o Clara Peeters. Por casualidad van surgiendo de esta manera nombres y más nombres de mujeres que vivieron independientes de su profesión de artistas y lo mismo va sucediendo en otros campos del saber en los que también participaron, pero llama la atención el poco interés que este tema sigue despertando a nivel institucional y que está siendo suplido por trabajos personales de autores dispersos.
En el ensayo “Las Chicas del Óleo, pintoras y escultoras anteriores a 1789” que acaba de publicar editorial Akrón dentro de su colección ¿Quiere Saber Más? cito más de doscientos nombres de mujeres artistas anteriores a nuestra era, también de la Edad Media y Antigua. De algunas no conservamos trabajos y sólo sabemos del prestigio de que gozaron en su momento a través de las citas que autores como Plinio el Viejo o Giorgio Vasari escribieron, pero si disponemos de suficiente documentación sobre otras como para concluir que tuvieron carreras exitosas e influyeron de manera decisiva en la evolución del Arte.
En este empeño individual por sacar a la luz de nuevo sus existencias, hay quienes interpretan los datos bajo la influencia de la educación recibida y siguen concluyendo que las vidas de estas mujeres artistas fueron excepcionales y llenas de obstáculos. Otros sacamos conclusiones diferentes y no podemos ver una carrera de obstáculos en la vida de unas pintoras que fueron requeridas por los reyes más importantes de su época, pagadas con generosidad, nombradas miembros de las Academias de las Artes, reconocidas por los grandes de la generación siguiente, y que vivieron con la misma libertad que sus compañeros masculinos según demuestran sus biografías.
Es con el advenimiento de la Revolución Industrial y Liberal cuando sus nombres empiezan a ser olvidados cuando no, como en el caso de Sofonisba Anguissola antes citado, directamente tapados con óleo e intencionadamente ocultados, y es a partir de la propagación de este nuevo mundo de familias burguesas más reducidas, con hogar y trabajo en diferentes edificios y con roles económicos cada vez más inamovibles cuando se difunde la idea de que las mujeres estuvieron siempre cuidando sus casas y proles, que identificamos con las nuestras sin analizar lo diferente que fue una sociedad estructurada en gremios con trabajo y vivienda indiferenciados y donde toda la familia colaboraba en el mantenimiento del taller.
La Revolución Industrial, y por derivación social, que se produjo en el siglo XIX reglamentó unos roles y modelos de vida que antes no se habían dado. El interrogante es por qué hoy, en el siglo XXI, seguimos aferrados a la idea de que antes de la fecha clave de 1789 la sociedad nunca fue diferente o, caso de haberlo sido, siempre fue peor.
Los estudios antropológicos están más que avanzados y concluyen siempre que nuestro mundo no tiene por qué ser el mejor de los posibles (tampoco el peor). ¿Por qué se siguen sin incluir entonces los nombres de las mujeres artistas y escultoras de la historia en los programas de estudios? Sánchez Coello y los retratistas de Felipe II tenían un lugar en los manuales hasta 1996, después y a medida que se supo que la mayoría de los cuadros a ellos atribuidos pertenecían a la italiana Sofonisba, los retratistas del rey Habsburgo han prácticamente desaparecido y los mismos cuadros parece que ahora carecen de relevancia. Sofonisba Anguissola fue reconocida por Rubens y sus logros manieristas estudiados por Van Dyck, ¿no entendían ellos de arte?
Podríamos citar muchos otros ejemplos porque, en definitiva, la mujer –como ser humano con capacidad abstracta- ha tenido un papel activo, que ya no debiera ser desconocido, en la Historia del Arte.
Colaboración de Isabel del Río autora de la novela Ariza (ed. Alcalá, 2008) y del ensayo “Las Chicas del Óleo, pintoras y escultoras anteriores a 1789”. Dirige la revista cultural Yareah magazine de arte y literatura. Es licenciada en Geografía e Historia y profesora en un instituto de Madrid.