El sueño que revolucionó la fabricación de perdigones
Una noche de 1782, un fontanero de Bristol acabó borracho. Incapaz de llegar a su casa, pasó la noche durmiendo a los pies del campanario de Saint Mary Redcliffe. Esa noche tuvo un sueño gracias al cual se le ocurrió un curioso método para fabricar perdigones, unos perdigones más esféricos que los que producían los métodos que se usaban hasta entonces. Tal vez no fuera un sueño, pero la patente hizo del borracho un hombre rico y sus torres de perdigones, en las que "llovía" el plomo fundido, se convirtieron en el método más usado.
A mediados del siglo XVIII se usaban dos métodos distintos para fabricar las balas y perdigones en función de su tamaño. Los perdigones grandes se fundían en moldes, un método bastante obvio, aunque muy laborioso y que además producía marcas en las juntas, poco aerodinámicas. Otro método, el que se usaba para los perdigones más pequeños, consistía en verter plomo fundido a través de un tamiz suspendido varios centímetros sobre un barril de agua. El tamaño de los agujeros de este tamiz determinaba el calibre de los proyectiles.
Este segundo método tampoco era perfecto, el resultado eran perdigones con forma de lágrima, ovalados y con “cola”. Era necesario entonces pasar esos perdigones por una máquina que eliminara las imperfecciones más importantes para finalmente obtener un proyectil más o menos esférico. Para que el plomo fundido pasara a través de los agujeros formando “gotas” era necesario añadir antes arsénico, de otra manera el plomo caía formando un flujo constante y el resultado era aún peor. El problema de este método, aunque nadie había reparado en ello, era que la caída de las “lágrimas” de plomo hasta el depósito de agua era demasiado corta, unas pulgadas sólo.
Sin embargo, no sería la investigación ni la experimentación científica la que detectaría ese problema, sino que la solución le fue revelada en sueños a un fontanero de Bristol. Todo ocurrió una noche de borrachera, cuando William Watts fue incapaz de llegar a su casa y acabó durmiendo a los pies de la torre de la iglesia de Saint Mary Redcliffe. Allí Watts, se dice, soñó que la iglesia ardía y el plomo del tejado caía fundido al suelo, donde iba a parar a los charcos de agua donde se solidificaba formando perdigones que, en el sueño al menos, eran perfectamente esféricos.
Existe otra versión del sueño, tal vez más acorde con los temores de un borracho casado, en el cual Watts sueña que es su mujer, la que arroja plomo fundido desde la torre de la iglesia a través de los agujeros de una sartén. En otras versiones de la historia se cambia incluso la persona que tuvo el sueño, según estas no fue Watts, sino su mujer.
Poco se conoce de Watts, aunque es muy probable que por su negocio y por su profesión tuviera más que un buen conocimiento de las propiedades y usos del plomo. Además Bristol era en esa época un centro de la fabricación con plomo, por lo que Watts podría haber oído de los problemas de la fabricación de balas pequeñas de algún conocido, tal vez durante alguna borrachera. Sin embargo, no hay ninguna evidencia que indique que Watts tuviera conexión con la fabricación de proyectiles. Por increíble que parezca la historia del sueño, según David John Rowe, autor del “Lead Manufacturing in Britain”, tampoco hay otra teoría más racional que explique mejor la ocurrencia.
Viniera de donde viniera la idea, Watts y su esposa decidieron probarla. Escogieron para ello la torre de la iglesia del sueño donde colocaron un barril con agua en el suelo. La prueba fue todo un éxito, tras verter el plomo fundido este caía como una lluvia. Durante la caída, el aire empezaba a enfriar los glóbulos del metal, el agua amortiguaba la caída y los acababa de solidificar. No había que esperar más, Watts decidió patentar este proceso “para producir pequeños proyectiles perfectamente globulares en su forma y sin hoyuelos, muescas o imperfecciones”. En la patente que obtuvieron en diciembre de 1782, se especificaba que para perdigones pequeños la altura de caída tenía que ser de cómo mínimo 3 metros, y para los mayores de 45 metros. La patente también describía el método para producir “plomo envenenado”, es decir, plomo con arsénico, aunque no había nada nuevo en ello.
El proceso tenía una explicación científica, aunque esta no le fuera relevada en el sueño al fontanero “prodigioso”. Las gotas de lluvia, aunque muy habitualmente son dibujadas de forma similar a una lágrima, tienen realmente una forma más o menos esférica. Cuando ya llevan cayendo una cierta altura, la tensión superficial las hace adoptar la forma con menor superficie, la esfera. En el caso del plomo, su tensión superficial es mucho mayor que la del agua, por lo que al caer forma esferas mucho más perfectas.
Watts esperó unos años, hasta principios de 1785, para poner en práctica su idea. Muy probablemente dedicara este tiempo a reunir el dinero necesario, que fueran necesarios varios años, se puede interpretar como una muestra que la patente no despertó gran interés hasta que no se vio que era válida para la producción a gran escala. Ese año Watts alquiló una casa en Redcliff Hill, la misma calle en la que ya tenía su negocio de fontanería, y empezó la que sería la primera “shot tower”.
Primero, hizo más profundo un pozo que ya había en el sótano de la casa, luego conectó todas las plantas haciendo un agujero en el suelo de todas ellas. Para conseguir más altura además construyó una pequeña torre en el tejado, en total una caída de 18 metros, menos de lo que especificaba en la patente, pero parecía ser suficiente. Pese a decorar la torre en un estilo que Watts llamó “gótico”, la nueva manufactura no tardó en despertar las quejas de los vecinos, que se quejaban por las molestias que esta les causaba, especialmente por el olor. Aunque Watts parece que les hizo poco caso.
Hay una cierta confusión sobre lo que ocurrió después. Parece ser que Watts se asoció con Philip George y Samuel Worrall, un industrial cervecero y un banquero de Bristol, respectivamente. La empresa conjunta construyó una segunda torre de perdigones en Londres, donde estaba la demanda. Aunque según otros, Watts les vendió la patente por 10.000 libras. En cualquier caso, parece ser que en 1790 Watts ya estaba desvinculado de la empresa y decidió invertir el dinero obtenido en varios proyectos especulativos en Bristol. Watts compró un terreno en el desfiladero del río Avon y empezó a construir lo que sería la Windsor Terrace.
El terreno tenía unas vistas inmejorables sobre Bristol, pero su gran inclinación hizo que los costes de construcción del muro de contención se dispararan. Estas dificultades unidas a la depresión en la que se encontraba sumida Inglaterra por las Guerras Napoleónicas hicieron que Watts perdiera todo su dinero y además no pudiera acabar el proyecto. Según se cuenta, en 1794 Watts arruinado tuvo que volver a su negocio de fontanería.
Los socios de Watts también pasaron por dificultades y tuvieron que vender la torre de Londres, obteniendo un beneficio de 2.000 libras. Con ese dinero ampliaron las instalaciones de Bristol para adaptarlas a la fabricación de más productos de plomo. Finalmente los herederos de George venderían el negocio en 1863 a Sheldon Bush and Patent Shot Co que lo mantendría funcionando hasta 1994.
Aunque Watts acabara arruinado, su método fue todo un éxito y se extendió rápidamente. A partir de 1789 empezaron a aparecer otras torres de perdigones por Londres, luego por toda Europa y más tarde en Estados Unidos. La expansión de la técnica se aceleró a partir de 1796, cuando la patente expiró. Algunos fabricantes aprovecharon para empezar a construir sus torres antes de esa fecha, y así tenerlas preparadas para cuando la patente se acabara.
Las “torres de perdigones” fueron remplazadas a finales del siglo XIX por las “torres de viento”, que usaban chorros de aire frío para reducir de manera drástica la altura necesaria. Aunque no dejó de ser un cambio menor, prueba de ello es que la torre original de Watts siguió fabricando perdigones hasta el 1968, cuando tuvo que ser derribada para ensanchar la carretera.
Fueron muchas las torres construidas, la más alta en 1882 en Melbourne, de 80 metros de altura. Aunque la altura siempre se intentaba que fuera la mínima necesaria, la construcción de la torre era de lejos la parte más costosa de una fábrica de perdigones y a más altura, más costosa. En muchos casos se intentó utilizar las ventajas de proporcionaba el terreno para hacerlas más bajas, se aprovechabanpozos mineros abandonados o precipicios. Ese fue el caso de una torre bastante peculiar la de Jackson Ferry en Virginia (USA), construida en 1807.
Una de las peculiaridades de esta torre es que al contrario que la mayoría, no fue construida con ladrillos sino con piedra, sus paredes de 75cm de grosor mantenían su interior a una temperatura fresca y constante, lo que mejoraba la calidad de los perdigones que producía. La torre se construyó al borde de un precipicio, lo que permitió que la altura del edificio fuera de sólo 23 metros, para alcanzar los 45 necesarios según la patente de Watts, se excavó un pozo vertical de otros 23 metros al que se accedía por otro lateral desde la orilla del río que discurría a los pies del precipicio.
En España hoy aún se conserva la Torre de los Perdigones de Sevilla, construida en 1890 y de 45 metros de altura. La torre formaba parte de la antigua fábrica “San Francisco de Paula”, una fundición más de las muchas que existían en la ciudad y que estaba dedicada de pleno a la fabricación de perdigones, balas y zinc en plancha. La fundición cerró en los años 50 y la torre es lo único que queda de ella.
Hoy en día se han adoptado nuevos métodos para la fabricación de perdigones. Para los más pequeños se usa el método Bliemeister, mientras que los más grandes se producen mediante troquelación y extrusión de cables de plomo. El método Bliemeister aún guarda un cierto parecido con el de Watts, aunque prescinde de sus costosas torres al reducir la altura de la caída a sólo una pulgada. Los perdigones caen sobre un recipiente con agua caliente, ruedan sobre un plano inclinado y después continúan cayendo a través del agua caliente durante más o menos un metro. La temperatura del agua se usa para controlar la velocidad de enfriamiento.
Por otro lado, los problemas medioambientales del plomo han hecho que los perdigones de acero hayan ido reemplazando los de plomo. Los perdigones de acero son producidos mediante el uso de moldes. El punto de fusión del acero, mucho más alto que el plomo, hace imposible construir una torre para perdigones de acero. Pese a todo, hoy aún existen una treintena de torres de perdigones de plomo en todo el mundo, 5 de ellas en Estados Unidos. Una de las americanas dedicada no a la producción de perdigones sino a la fabricación de polvo de plomo.
PS: En la Antigua Grecia ya se usaba el plomo para fabricar la munición de las hondas. Gracias a la gran densidad del plomo, estos proyectiles llegaban más lejos que las simples piedras.
Muchas gracias a Golias, por el descubrimiento de este tema. Un saludo!
A mediados del siglo XVIII se usaban dos métodos distintos para fabricar las balas y perdigones en función de su tamaño. Los perdigones grandes se fundían en moldes, un método bastante obvio, aunque muy laborioso y que además producía marcas en las juntas, poco aerodinámicas. Otro método, el que se usaba para los perdigones más pequeños, consistía en verter plomo fundido a través de un tamiz suspendido varios centímetros sobre un barril de agua. El tamaño de los agujeros de este tamiz determinaba el calibre de los proyectiles.
Este segundo método tampoco era perfecto, el resultado eran perdigones con forma de lágrima, ovalados y con “cola”. Era necesario entonces pasar esos perdigones por una máquina que eliminara las imperfecciones más importantes para finalmente obtener un proyectil más o menos esférico. Para que el plomo fundido pasara a través de los agujeros formando “gotas” era necesario añadir antes arsénico, de otra manera el plomo caía formando un flujo constante y el resultado era aún peor. El problema de este método, aunque nadie había reparado en ello, era que la caída de las “lágrimas” de plomo hasta el depósito de agua era demasiado corta, unas pulgadas sólo.
Sin embargo, no sería la investigación ni la experimentación científica la que detectaría ese problema, sino que la solución le fue revelada en sueños a un fontanero de Bristol. Todo ocurrió una noche de borrachera, cuando William Watts fue incapaz de llegar a su casa y acabó durmiendo a los pies de la torre de la iglesia de Saint Mary Redcliffe. Allí Watts, se dice, soñó que la iglesia ardía y el plomo del tejado caía fundido al suelo, donde iba a parar a los charcos de agua donde se solidificaba formando perdigones que, en el sueño al menos, eran perfectamente esféricos.
Existe otra versión del sueño, tal vez más acorde con los temores de un borracho casado, en el cual Watts sueña que es su mujer, la que arroja plomo fundido desde la torre de la iglesia a través de los agujeros de una sartén. En otras versiones de la historia se cambia incluso la persona que tuvo el sueño, según estas no fue Watts, sino su mujer.
Poco se conoce de Watts, aunque es muy probable que por su negocio y por su profesión tuviera más que un buen conocimiento de las propiedades y usos del plomo. Además Bristol era en esa época un centro de la fabricación con plomo, por lo que Watts podría haber oído de los problemas de la fabricación de balas pequeñas de algún conocido, tal vez durante alguna borrachera. Sin embargo, no hay ninguna evidencia que indique que Watts tuviera conexión con la fabricación de proyectiles. Por increíble que parezca la historia del sueño, según David John Rowe, autor del “Lead Manufacturing in Britain”, tampoco hay otra teoría más racional que explique mejor la ocurrencia.
Viniera de donde viniera la idea, Watts y su esposa decidieron probarla. Escogieron para ello la torre de la iglesia del sueño donde colocaron un barril con agua en el suelo. La prueba fue todo un éxito, tras verter el plomo fundido este caía como una lluvia. Durante la caída, el aire empezaba a enfriar los glóbulos del metal, el agua amortiguaba la caída y los acababa de solidificar. No había que esperar más, Watts decidió patentar este proceso “para producir pequeños proyectiles perfectamente globulares en su forma y sin hoyuelos, muescas o imperfecciones”. En la patente que obtuvieron en diciembre de 1782, se especificaba que para perdigones pequeños la altura de caída tenía que ser de cómo mínimo 3 metros, y para los mayores de 45 metros. La patente también describía el método para producir “plomo envenenado”, es decir, plomo con arsénico, aunque no había nada nuevo en ello.
El proceso tenía una explicación científica, aunque esta no le fuera relevada en el sueño al fontanero “prodigioso”. Las gotas de lluvia, aunque muy habitualmente son dibujadas de forma similar a una lágrima, tienen realmente una forma más o menos esférica. Cuando ya llevan cayendo una cierta altura, la tensión superficial las hace adoptar la forma con menor superficie, la esfera. En el caso del plomo, su tensión superficial es mucho mayor que la del agua, por lo que al caer forma esferas mucho más perfectas.
Watts esperó unos años, hasta principios de 1785, para poner en práctica su idea. Muy probablemente dedicara este tiempo a reunir el dinero necesario, que fueran necesarios varios años, se puede interpretar como una muestra que la patente no despertó gran interés hasta que no se vio que era válida para la producción a gran escala. Ese año Watts alquiló una casa en Redcliff Hill, la misma calle en la que ya tenía su negocio de fontanería, y empezó la que sería la primera “shot tower”.
Primero, hizo más profundo un pozo que ya había en el sótano de la casa, luego conectó todas las plantas haciendo un agujero en el suelo de todas ellas. Para conseguir más altura además construyó una pequeña torre en el tejado, en total una caída de 18 metros, menos de lo que especificaba en la patente, pero parecía ser suficiente. Pese a decorar la torre en un estilo que Watts llamó “gótico”, la nueva manufactura no tardó en despertar las quejas de los vecinos, que se quejaban por las molestias que esta les causaba, especialmente por el olor. Aunque Watts parece que les hizo poco caso.
Hay una cierta confusión sobre lo que ocurrió después. Parece ser que Watts se asoció con Philip George y Samuel Worrall, un industrial cervecero y un banquero de Bristol, respectivamente. La empresa conjunta construyó una segunda torre de perdigones en Londres, donde estaba la demanda. Aunque según otros, Watts les vendió la patente por 10.000 libras. En cualquier caso, parece ser que en 1790 Watts ya estaba desvinculado de la empresa y decidió invertir el dinero obtenido en varios proyectos especulativos en Bristol. Watts compró un terreno en el desfiladero del río Avon y empezó a construir lo que sería la Windsor Terrace.
El terreno tenía unas vistas inmejorables sobre Bristol, pero su gran inclinación hizo que los costes de construcción del muro de contención se dispararan. Estas dificultades unidas a la depresión en la que se encontraba sumida Inglaterra por las Guerras Napoleónicas hicieron que Watts perdiera todo su dinero y además no pudiera acabar el proyecto. Según se cuenta, en 1794 Watts arruinado tuvo que volver a su negocio de fontanería.
Sección de la Jackson Ferry Tower en Virginia, original del Virginia Department of Conservation and Recreation
Los socios de Watts también pasaron por dificultades y tuvieron que vender la torre de Londres, obteniendo un beneficio de 2.000 libras. Con ese dinero ampliaron las instalaciones de Bristol para adaptarlas a la fabricación de más productos de plomo. Finalmente los herederos de George venderían el negocio en 1863 a Sheldon Bush and Patent Shot Co que lo mantendría funcionando hasta 1994.
Aunque Watts acabara arruinado, su método fue todo un éxito y se extendió rápidamente. A partir de 1789 empezaron a aparecer otras torres de perdigones por Londres, luego por toda Europa y más tarde en Estados Unidos. La expansión de la técnica se aceleró a partir de 1796, cuando la patente expiró. Algunos fabricantes aprovecharon para empezar a construir sus torres antes de esa fecha, y así tenerlas preparadas para cuando la patente se acabara.
Las “torres de perdigones” fueron remplazadas a finales del siglo XIX por las “torres de viento”, que usaban chorros de aire frío para reducir de manera drástica la altura necesaria. Aunque no dejó de ser un cambio menor, prueba de ello es que la torre original de Watts siguió fabricando perdigones hasta el 1968, cuando tuvo que ser derribada para ensanchar la carretera.
Fueron muchas las torres construidas, la más alta en 1882 en Melbourne, de 80 metros de altura. Aunque la altura siempre se intentaba que fuera la mínima necesaria, la construcción de la torre era de lejos la parte más costosa de una fábrica de perdigones y a más altura, más costosa. En muchos casos se intentó utilizar las ventajas de proporcionaba el terreno para hacerlas más bajas, se aprovechabanpozos mineros abandonados o precipicios. Ese fue el caso de una torre bastante peculiar la de Jackson Ferry en Virginia (USA), construida en 1807.
Una de las peculiaridades de esta torre es que al contrario que la mayoría, no fue construida con ladrillos sino con piedra, sus paredes de 75cm de grosor mantenían su interior a una temperatura fresca y constante, lo que mejoraba la calidad de los perdigones que producía. La torre se construyó al borde de un precipicio, lo que permitió que la altura del edificio fuera de sólo 23 metros, para alcanzar los 45 necesarios según la patente de Watts, se excavó un pozo vertical de otros 23 metros al que se accedía por otro lateral desde la orilla del río que discurría a los pies del precipicio.
En España hoy aún se conserva la Torre de los Perdigones de Sevilla, construida en 1890 y de 45 metros de altura. La torre formaba parte de la antigua fábrica “San Francisco de Paula”, una fundición más de las muchas que existían en la ciudad y que estaba dedicada de pleno a la fabricación de perdigones, balas y zinc en plancha. La fundición cerró en los años 50 y la torre es lo único que queda de ella.
Hoy en día se han adoptado nuevos métodos para la fabricación de perdigones. Para los más pequeños se usa el método Bliemeister, mientras que los más grandes se producen mediante troquelación y extrusión de cables de plomo. El método Bliemeister aún guarda un cierto parecido con el de Watts, aunque prescinde de sus costosas torres al reducir la altura de la caída a sólo una pulgada. Los perdigones caen sobre un recipiente con agua caliente, ruedan sobre un plano inclinado y después continúan cayendo a través del agua caliente durante más o menos un metro. La temperatura del agua se usa para controlar la velocidad de enfriamiento.
Por otro lado, los problemas medioambientales del plomo han hecho que los perdigones de acero hayan ido reemplazando los de plomo. Los perdigones de acero son producidos mediante el uso de moldes. El punto de fusión del acero, mucho más alto que el plomo, hace imposible construir una torre para perdigones de acero. Pese a todo, hoy aún existen una treintena de torres de perdigones de plomo en todo el mundo, 5 de ellas en Estados Unidos. Una de las americanas dedicada no a la producción de perdigones sino a la fabricación de polvo de plomo.
PS: En la Antigua Grecia ya se usaba el plomo para fabricar la munición de las hondas. Gracias a la gran densidad del plomo, estos proyectiles llegaban más lejos que las simples piedras.
Muchas gracias a Golias, por el descubrimiento de este tema. Un saludo!