LO QUE NO CUENTA LA PRENSA
Es difícil encontrar en la prensa española un asunto que genere tanta unanimidad como el del Sahara. De derecha a izquierda, prácticamente todos los medios editorializan en contra de Marruecos y a favor de que el Gobierno español presione para encontrar una solución justa al conflicto. |
Se ha impuesto una interpretación según la cual se hace a la parte, el Frente Polisario, representar al todo, el pueblo saharaui, y convierte a aquél en bueno por el dicho que dice que el enemigo de mi enemigo es mi amigo.
Sin embargo, hay que ser cauto a la hora de identificar a dicho grupo armado con el conjunto de los habitantes del Sahara Occidental. Hasta que no haya unas elecciones libres (o se convoque de una vez ese referéndum del que siempre se habla) no se sabrá en quién deposita el pueblo saharaui su confianza.
Mientras tanto, seguirá siendo el único grupo organizado del territorio y, por tanto, la contraparte del Gobierno marroquí. Es algo inevitable, pero no debería hacernos olvidar de dónde viene el Polisario, cómo se formó y por quién está constituido.
Por circunstancias familiares, conozco a numerosos funcionarios que vivieron los últimos años del Sahara español. Todos ellos hablan de la suerte que tuvieron de servir en esa tierra y de convivir con los saharauis, de los que destacan su hospitalidad. Sus recuerdos están llenos de cariño y afecto cuando se refieren a sus vecinos; pero la cosa cambia cuando se les pregunta por el Frente Polisario.
¿Por qué es importante distinguir el Sahara y los saharauis del Polisario? Pues porque esta organización, en sus orígenes, fue un grupo terrorista que mató a muchos españoles. No se debe ni se puede confundir al tranquilo pueblo saharaui, cordial, hospitalario y sencillo, con un grupo que en su momento combatió al Estado español y ahora pretende que sea el Estado español quien le ayude a salir de la situación en que se encuentra, en buena medida por sus propias culpas.
Seguro que tampoco tienen buena opinión de este grupo los familiares de aquellos de nuestros soldados que cayeron en enfrentamientos con dicho grupo, una de cuyas prácticas habituales era levantar la bandera blanca de rendición y, sólo después de comprobar que nuestros hombres, en consecuencia, se les acercaban sin intención de combatir, abrían fuego.
Podríamos hablar igualmente de los ataques de que fueron objeto varios pesqueros canarios, en episodios donde también corrió la sangre.
Muchos de los españoles que defienden con justicia la causa saharaui han decidido correr un tupido velo sobre aquellos hechos, esgrimiendo para ello justificaciones relativas a la Guerra Fría (el Polisario tenía en la prosoviética Argelia a su principal aliado), el atraso de la región, la existencia de una dictadura en España y la lucha por la independencia de la colonia.
La Marcha Verde
La situación fue peor a raíz de la Marcha Verde que organizó el entonces rey de Marruecos, Hassán II, aprovechándose de las dificultades políticas españolas derivadas de la enfermedad de Franco y el cambio de régimen.
Rabat contaba con el apoyo de Washington (todos mis conocidos cuentan siempre la anécdota de las cajetillas de tabaco de color verde con versos del Corán y el "Made in Usa" que se distribuyeron a los componentes de aquella marea humana), deseosa de contrarrestar la influencia soviética en la zona.
El mayor peligro estaba detrás de las mujeres y los niños que mostraban los telediarios. Las unidades marroquíes que habían luchado contra Israel volvieron a su país derrotadas pero bien entrenadas, lo que suponía un claro peligro para el monarca alauí, que decidió conformar con ellas la retaguardia de la Marcha Verde. No era mala idea, habida cuenta de las ganas de desquite que tenían.
A pesar de todo, los españoles entonces residentes en el Sahara con los que he podido hablar me aseguran que estaban dispuestos a correr los riesgos que fueran necesarios para defender el territorio y a los saharauis.
La gran sorpresa llegó cuando nuestro ejército, que había organizado un triángulo defensivo en la frontera con Marruecos, la ciudad de Smara y Cabo Bojador, pidió al Polisario que vigilara las posibles incursiones en su retaguardia.
Los mandos militares y políticos españoles decidieron olvidar por un instante las tropelías polisarias a fin de contribuir a la libertad del pueblo saharaui. Sin embargo, se encontraron con que los polisarios no quería implicarse: la defensa del territorio –decían– era una obligación de la metrópoli, y ni siquiera estaban dispuestos a hacer labores de vigilancia.
Es decir, que cuando el Frente Polisario tuvo ocasión de dar la cara por su pueblo, con oportunidades reales de tener éxito, no quiso arriesgarse, en parte por no aparecer como aliado de la potencia colonial.
En aquellos años, las utopías colectivistas seguían manteniendo su atractivo, y a ellas se entregaban con fervor tanto los progresistas europeos como la plétora de grupos de liberación nacional que esos mismos progresistas apoyaban en el Tercer Mundo.
Cuando un mando militar español pedía a un polisario contactar con la dirigencia del grupo, la respuesta solía ser que todos los saharauis eran interlocutores válidos. Es sólo un ejemplo de una política visionaria y utópica, muy dependiente de la prosoviética Argelia, país que siempre ha tenido un papel fundamental en el conflicto y que en aquel primer momento no ayudó, precisamente, a su resolución.
Y es que en esos años el Sahara Occidental se convirtió en un pequeño campo de batalla de la Guerra Fría. Los argelinos, enemigos tradicionales de Marruecos, veían en el Polisario al futuro gobernante de un territorio que le proporcionaría una salida al mar al sur del reino alauita y más próxima a la parte de su propio territorio mejor provista de materias primas.
Con esta situación nacional e internacional, es difícil saber si el Gobierno español pudo comportarse de manera diferente a como lo hizo. Los que vivieron los últimos días del Sahara español aseguran que siempre les quedará la espina clavada de no haber conseguido la independencia del pueblo saharaui. Algo por lo que la mayoría estaba dispuesta a luchar hasta las últimas consecuencias... y a pesar del Polisario.
Por eso, cuando aparecen los representantes de este grupo en televisión asegurando que tienen el apoyo solidario de países como Venezuela o Nicaragua; cuando Willy Toledo se pasa un mes en Tenerife de la mano de Aminatu Haidar; cuando todos los grupos anti-liberales europeos se solidarizan con él y con su lucha por los derechos de su pueblo... es un buen momento para pedirle que se defina, que explique cómo será el Sahara independiente que buscan, qué pasaría tras ese referéndum que piden de forma constante y qué tipo de democracia impondrían.
¿El enemigo de mi enemigo es mi amigo? Pues según y cómo. La deuda española es con el pueblo saharaui; con el Frente Polisario, todas las cuentas están más que saldadas.
Sin embargo, hay que ser cauto a la hora de identificar a dicho grupo armado con el conjunto de los habitantes del Sahara Occidental. Hasta que no haya unas elecciones libres (o se convoque de una vez ese referéndum del que siempre se habla) no se sabrá en quién deposita el pueblo saharaui su confianza.
Mientras tanto, seguirá siendo el único grupo organizado del territorio y, por tanto, la contraparte del Gobierno marroquí. Es algo inevitable, pero no debería hacernos olvidar de dónde viene el Polisario, cómo se formó y por quién está constituido.
Por circunstancias familiares, conozco a numerosos funcionarios que vivieron los últimos años del Sahara español. Todos ellos hablan de la suerte que tuvieron de servir en esa tierra y de convivir con los saharauis, de los que destacan su hospitalidad. Sus recuerdos están llenos de cariño y afecto cuando se refieren a sus vecinos; pero la cosa cambia cuando se les pregunta por el Frente Polisario.
¿Por qué es importante distinguir el Sahara y los saharauis del Polisario? Pues porque esta organización, en sus orígenes, fue un grupo terrorista que mató a muchos españoles. No se debe ni se puede confundir al tranquilo pueblo saharaui, cordial, hospitalario y sencillo, con un grupo que en su momento combatió al Estado español y ahora pretende que sea el Estado español quien le ayude a salir de la situación en que se encuentra, en buena medida por sus propias culpas.
Seguro que tampoco tienen buena opinión de este grupo los familiares de aquellos de nuestros soldados que cayeron en enfrentamientos con dicho grupo, una de cuyas prácticas habituales era levantar la bandera blanca de rendición y, sólo después de comprobar que nuestros hombres, en consecuencia, se les acercaban sin intención de combatir, abrían fuego.
Podríamos hablar igualmente de los ataques de que fueron objeto varios pesqueros canarios, en episodios donde también corrió la sangre.
Muchos de los españoles que defienden con justicia la causa saharaui han decidido correr un tupido velo sobre aquellos hechos, esgrimiendo para ello justificaciones relativas a la Guerra Fría (el Polisario tenía en la prosoviética Argelia a su principal aliado), el atraso de la región, la existencia de una dictadura en España y la lucha por la independencia de la colonia.
La Marcha Verde
La situación fue peor a raíz de la Marcha Verde que organizó el entonces rey de Marruecos, Hassán II, aprovechándose de las dificultades políticas españolas derivadas de la enfermedad de Franco y el cambio de régimen.
Rabat contaba con el apoyo de Washington (todos mis conocidos cuentan siempre la anécdota de las cajetillas de tabaco de color verde con versos del Corán y el "Made in Usa" que se distribuyeron a los componentes de aquella marea humana), deseosa de contrarrestar la influencia soviética en la zona.
El mayor peligro estaba detrás de las mujeres y los niños que mostraban los telediarios. Las unidades marroquíes que habían luchado contra Israel volvieron a su país derrotadas pero bien entrenadas, lo que suponía un claro peligro para el monarca alauí, que decidió conformar con ellas la retaguardia de la Marcha Verde. No era mala idea, habida cuenta de las ganas de desquite que tenían.
A pesar de todo, los españoles entonces residentes en el Sahara con los que he podido hablar me aseguran que estaban dispuestos a correr los riesgos que fueran necesarios para defender el territorio y a los saharauis.
La gran sorpresa llegó cuando nuestro ejército, que había organizado un triángulo defensivo en la frontera con Marruecos, la ciudad de Smara y Cabo Bojador, pidió al Polisario que vigilara las posibles incursiones en su retaguardia.
Los mandos militares y políticos españoles decidieron olvidar por un instante las tropelías polisarias a fin de contribuir a la libertad del pueblo saharaui. Sin embargo, se encontraron con que los polisarios no quería implicarse: la defensa del territorio –decían– era una obligación de la metrópoli, y ni siquiera estaban dispuestos a hacer labores de vigilancia.
Es decir, que cuando el Frente Polisario tuvo ocasión de dar la cara por su pueblo, con oportunidades reales de tener éxito, no quiso arriesgarse, en parte por no aparecer como aliado de la potencia colonial.
En aquellos años, las utopías colectivistas seguían manteniendo su atractivo, y a ellas se entregaban con fervor tanto los progresistas europeos como la plétora de grupos de liberación nacional que esos mismos progresistas apoyaban en el Tercer Mundo.
Cuando un mando militar español pedía a un polisario contactar con la dirigencia del grupo, la respuesta solía ser que todos los saharauis eran interlocutores válidos. Es sólo un ejemplo de una política visionaria y utópica, muy dependiente de la prosoviética Argelia, país que siempre ha tenido un papel fundamental en el conflicto y que en aquel primer momento no ayudó, precisamente, a su resolución.
Y es que en esos años el Sahara Occidental se convirtió en un pequeño campo de batalla de la Guerra Fría. Los argelinos, enemigos tradicionales de Marruecos, veían en el Polisario al futuro gobernante de un territorio que le proporcionaría una salida al mar al sur del reino alauita y más próxima a la parte de su propio territorio mejor provista de materias primas.
Con esta situación nacional e internacional, es difícil saber si el Gobierno español pudo comportarse de manera diferente a como lo hizo. Los que vivieron los últimos días del Sahara español aseguran que siempre les quedará la espina clavada de no haber conseguido la independencia del pueblo saharaui. Algo por lo que la mayoría estaba dispuesta a luchar hasta las últimas consecuencias... y a pesar del Polisario.
Por eso, cuando aparecen los representantes de este grupo en televisión asegurando que tienen el apoyo solidario de países como Venezuela o Nicaragua; cuando Willy Toledo se pasa un mes en Tenerife de la mano de Aminatu Haidar; cuando todos los grupos anti-liberales europeos se solidarizan con él y con su lucha por los derechos de su pueblo... es un buen momento para pedirle que se defina, que explique cómo será el Sahara independiente que buscan, qué pasaría tras ese referéndum que piden de forma constante y qué tipo de democracia impondrían.
¿El enemigo de mi enemigo es mi amigo? Pues según y cómo. La deuda española es con el pueblo saharaui; con el Frente Polisario, todas las cuentas están más que saldadas.