Cuando a mediados del siglo XIX la ciudad de Chicago decidió construir su red de saneamiento, sabía que no sería tarea fácil. Las calles de la ciudad apenas se elevaban medio metro sobre el lago Michigan, en el que tendrían que desaguar. Un desnivel demasiado pequeño para que los colectores tuvieran la suficiente pendiente para que el agua corriera por ellos. Fue entonces cuando el ingeniero encargado de la obra propuso una idea valiente: elevar el nivel de las calles y aceras para que estas tuvieran la inclinación necesaria, pero antes había que resolver un problema: ¿qué hacer con los edificios ya construidos?
Desde su fundación en 1833, la ciudad de Chicago había crecido a un ritmo vertiginoso. En apenas 27 años, había pasado de una población de apenas 200 personas a más de 110.000 en 1860. Sin embargo, este mismo crecimiento hacía cada vez más evidente que la ciudad no había sido construida en el mejor emplazamiento posible.
Chicago se levantaba sobre un terreno pantanoso a orillas del lago Michigan. La escasa diferencia de nivel entre la ciudad y el lago hacía que sus calles tuvieran una inclinación que no era suficiente para que estas desaguaran las aguas residuales y de la lluvia que se acumulaban en ellas. En invierno la situación no era tan grave y las calles de la ciudad podían llegar a congelarse, en verano estaban secas, pero era durante la primavera cuando la lluvia las convertía en un auténtico barrizal en el que los caballos se hundían hasta las rodillas y los carros tenían enormes dificultades para moverse. No es de extrañar que Chicago se ganara la fama de ser la ciudad más sucia de Estados Unidos.
El barro, sin embargo, no era el único problema, la acumulación de agua de la lluvia y de aguas residuales en las calles suponía no sólo una grave incomodidad para los ciudadanos, sino un terrible riesgo para su salud, siendo uno de los motivos que desencadenó la ola de epidemias de fiebre tifoidea y disentería que se alargó seis años hasta culminar con el estallido de cólera de 1854 que causó la muerte del 6% de la población de la ciudad.
En aquella época la creencia más extendida era que la causa del cólera, así como de otras muchas enfermedades, eran los miasmas, una especie de “vapores asesinos” y fétidos que transportaban partículas emanadas de suelos y aguas impuros combinadas con otras provenientes de la descomposición de la materia orgánica.
Aunque la teoría era incorrecta, no iba del todo desencaminada. Como se descubriría años más tarde, la verdadera causa del cólera no eran los miasmas, sino la ingestión de agua o alimentos contaminados con la bacteria del cólera. Una bacteria que se disemina con facilidad en áreas con un tratamiento inadecuado de aguas potables y residuales, como era en aquellos tiempos la ciudad de Chicago. Los hechos parecían confirmar la teoría miasmática de la enfermedad, al ser lo habitual que este tipo de enfermedades se cebara con los barrios más sucios y fétidos, y, en parte, ayudó a realizar la beneficiosa asociación entre higiene y salud.
De todas maneras, no todos en Chicago creían que los miasmas fueran la causa de las epidemias, sino que algunos preferían culpar a los inmigrantes irlandeses y noruegos de haber traído consigo las enfermedades a la ciudad.
Antes de la epidemia de cólera de 1854, se habían probado varias soluciones para luchar contra el problema que suponían las aguas estancadas en las calles. La primera fue proporcionar una cierta inclinación a las calles de manera que desaguaran en el lago, no funcionó. Se probó entonces colocar tablones y canalones de madera a modo de carreteras de tablones, tampoco. Los tablones, a causa de la humedad retenida por el suelo, no tardaban en pudrirse o combarse, y los canalones acababan atascados por la porquería.
Pero después de la epidemia los concejales de la ciudad se convencieron de que la situación era insostenible y que era necesario actuar de manera más contundente. La primera medida fue hacer venir al ingeniero municipal de la ciudad de Boston, Ellis Sylvester Chesbrough, para que diseñara el sistema de alcantarillado que cubriera toda la ciudad.
Como ninguna de las ciudades de Estados Unidos tenía un sistema tan extenso ni completo como el que se pretendía construir en Chicago, Chesbrough tomó como referencia los sistemas varias ciudades europeas a las que viajó, entre las que estaban Londres y París, ciudades que se encontraban perfeccionando su red de saneamiento. Las dos ciudades vertían sus residuos en el mismo río del que bebían, pero para evitar problemas de contaminación, las aguas residuales se vertían después de que el río hubiera atravesado la ciudad.
En el caso de Chicago, la ciudad hacía tiempo que no tomaba su agua del río que lleva su mismo nombre, el Chicago. A medida que las aguas residuales fueron contaminándolo, se pasó a usar la del lago Michigan. Teniendo todo esto en cuenta, Chesbrough realizó cuatro propuestas diferentes a la comisión responsable e de la construcción el alcantarillado de la ciudad.
La primera consistía en conectar el río Chicago con el otro río de la ciudad, el Des Plaines, mediante la excavación de un canal entre ellos, y cambiar la dirección del flujo del Chicago para hacerlo desembocar en Des Plaines. Este otro río no desembocaba en el lago, sino que lo hacía en un afluente del Mississippi. De esta manera, se evitaba que las aguas residuales que el Chicago recogiera a su paso por la ciudad acabaran en el lago del que la ciudad bebía.
Levantando Lake Street entre las calles Clark y LaSalle | Chicago Historical Society
Desde su fundación en 1833, la ciudad de Chicago había crecido a un ritmo vertiginoso. En apenas 27 años, había pasado de una población de apenas 200 personas a más de 110.000 en 1860. Sin embargo, este mismo crecimiento hacía cada vez más evidente que la ciudad no había sido construida en el mejor emplazamiento posible.
Chicago se levantaba sobre un terreno pantanoso a orillas del lago Michigan. La escasa diferencia de nivel entre la ciudad y el lago hacía que sus calles tuvieran una inclinación que no era suficiente para que estas desaguaran las aguas residuales y de la lluvia que se acumulaban en ellas. En invierno la situación no era tan grave y las calles de la ciudad podían llegar a congelarse, en verano estaban secas, pero era durante la primavera cuando la lluvia las convertía en un auténtico barrizal en el que los caballos se hundían hasta las rodillas y los carros tenían enormes dificultades para moverse. No es de extrañar que Chicago se ganara la fama de ser la ciudad más sucia de Estados Unidos.
El barro, sin embargo, no era el único problema, la acumulación de agua de la lluvia y de aguas residuales en las calles suponía no sólo una grave incomodidad para los ciudadanos, sino un terrible riesgo para su salud, siendo uno de los motivos que desencadenó la ola de epidemias de fiebre tifoidea y disentería que se alargó seis años hasta culminar con el estallido de cólera de 1854 que causó la muerte del 6% de la población de la ciudad.
En aquella época la creencia más extendida era que la causa del cólera, así como de otras muchas enfermedades, eran los miasmas, una especie de “vapores asesinos” y fétidos que transportaban partículas emanadas de suelos y aguas impuros combinadas con otras provenientes de la descomposición de la materia orgánica.
Aunque la teoría era incorrecta, no iba del todo desencaminada. Como se descubriría años más tarde, la verdadera causa del cólera no eran los miasmas, sino la ingestión de agua o alimentos contaminados con la bacteria del cólera. Una bacteria que se disemina con facilidad en áreas con un tratamiento inadecuado de aguas potables y residuales, como era en aquellos tiempos la ciudad de Chicago. Los hechos parecían confirmar la teoría miasmática de la enfermedad, al ser lo habitual que este tipo de enfermedades se cebara con los barrios más sucios y fétidos, y, en parte, ayudó a realizar la beneficiosa asociación entre higiene y salud.
De todas maneras, no todos en Chicago creían que los miasmas fueran la causa de las epidemias, sino que algunos preferían culpar a los inmigrantes irlandeses y noruegos de haber traído consigo las enfermedades a la ciudad.
Edificio del hotel Tremont House (1850-1971) | Wikipedia
Antes de la epidemia de cólera de 1854, se habían probado varias soluciones para luchar contra el problema que suponían las aguas estancadas en las calles. La primera fue proporcionar una cierta inclinación a las calles de manera que desaguaran en el lago, no funcionó. Se probó entonces colocar tablones y canalones de madera a modo de carreteras de tablones, tampoco. Los tablones, a causa de la humedad retenida por el suelo, no tardaban en pudrirse o combarse, y los canalones acababan atascados por la porquería.
Pero después de la epidemia los concejales de la ciudad se convencieron de que la situación era insostenible y que era necesario actuar de manera más contundente. La primera medida fue hacer venir al ingeniero municipal de la ciudad de Boston, Ellis Sylvester Chesbrough, para que diseñara el sistema de alcantarillado que cubriera toda la ciudad.
Como ninguna de las ciudades de Estados Unidos tenía un sistema tan extenso ni completo como el que se pretendía construir en Chicago, Chesbrough tomó como referencia los sistemas varias ciudades europeas a las que viajó, entre las que estaban Londres y París, ciudades que se encontraban perfeccionando su red de saneamiento. Las dos ciudades vertían sus residuos en el mismo río del que bebían, pero para evitar problemas de contaminación, las aguas residuales se vertían después de que el río hubiera atravesado la ciudad.
En el caso de Chicago, la ciudad hacía tiempo que no tomaba su agua del río que lleva su mismo nombre, el Chicago. A medida que las aguas residuales fueron contaminándolo, se pasó a usar la del lago Michigan. Teniendo todo esto en cuenta, Chesbrough realizó cuatro propuestas diferentes a la comisión responsable e de la construcción el alcantarillado de la ciudad.
La primera consistía en conectar el río Chicago con el otro río de la ciudad, el Des Plaines, mediante la excavación de un canal entre ellos, y cambiar la dirección del flujo del Chicago para hacerlo desembocar en Des Plaines. Este otro río no desembocaba en el lago, sino que lo hacía en un afluente del Mississippi. De esta manera, se evitaba que las aguas residuales que el Chicago recogiera a su paso por la ciudad acabaran en el lago del que la ciudad bebía.
La segunda, arrojar las aguas residuales al río Chicago y que este las llevara hasta el lago Michigan. Una tercera, bastante similar a la anterior, consistía en arrojarlas directamente al lago. Existía una cuarta, algo más peregrina, que consistía en crear una especie de granjas en las que las aguas residuales se convirtieran en fertilizantes.
Chesbrough descartó la primera, pese a ser la mejor, porque la veía como una posibilidad muy remota y costosa. La de las granjas de fertilizantes, era un tanto incierta por depender su viabilidad económica de la demanda futura de fertilizantes. Además, tampoco quedaban claros los problemas sanitarios y de olores que las granjas podrían producir.
Entre desaguar directamente en el lago Michigan o a través del río Chicago. Chesbrough prefirió la última. Pese a hacer necesario ampliar y hacer más profundo el cauce del río, era menos costosa que la otra, que requería la construcción de más kilómetros de colectores. Sin embargo, Chesbrough era consciente de los problemas sanitarios que podría acarrear arrojar las aguas residuales al mismo lago del que la ciudad sacaba su agua potable. Con ese fin, propuso la construcción de un sistema que permitiera bombear agua del lago al cauce del rio para así diluir su concentración de contaminantes.
La ciudad, finalmente, siguió el consejo del ingeniero de Boston y se decidió por la construcción de un sistema de alcantarillado que desaguara en el río Chicago, aunque se descartó la instalación del sistema de bombeo por considerarlo costoso e innecesario. Aunque antes de comenzar la construcción de las nuevas cloacas, había que elevar el nivel de la calles. Chesbrough afirmaba que con la escasa pendiente que tenían las calles de la ciudad resultaba imposible que los colectores pudieran desaguar hacia el río.
En 1856, después de algunos encendidos debates, el ayuntamiento acabó de aprobando el plan para la construcción del nuevo sistema de alcantarillado y la elevación del nivel de las calles. El ayuntamiento sería el responsable de levantar el nivel de calzadas y aceras, pero era responsabilidad de los propietarios decidir qué hacer con sus edificios. Había varias opciones: levantar los edificios,convertir su antigua primera planta en sótano, una opción, sin duda, más sencilla y barata, o, si ninguna de estas opciones les convencía mover el edificio.
El mismo año de la aprobación ya se llevó a cabo el levantamiento del primer edificio de ladrillo. Todo un reto, pues el edificio tenía 4 plantas y 21 metros de fachada y pesaba unas 750 toneladas. Se necesitaron 200 gatos mecánicos para alzarlo 1.88 metros del suelo. Según destacaba el Chicago Daily Tribune en su edición del 26 de enero, el edificio no sufrió daño alguno durante el levantamiento. La operación tuvo un coste de 2.700 dólares de la época, a los que hubo que sumar los 2.300 de la construcción del nuevo sótano.
Fue todo un éxito para los ingenieros que dirigieron la operación, James Brown y James Hollingsworth, a los que a partir de entonces no les faltarían los encargos, convirtiéndose su empresa en la que más levantamientos llevaría a cabo. Ese mismo año levantaron otro edificio con una fachada de más de 30 metros de largo y en primavera del siguiente otro del doble de longitud.
Gracias a estos logros se fue ganando confianza en el sistema y se comenzaron a afrontar cada vez retos mayores. En una de las calles más emblemáticas de la ciudad, Lake Street, levantaron la mitad de los edificios de de una manzana, todos a la vez. Los edificios eran unos de piedra y otros de ladrillo, y su altura iba de las cuatro a las cinco plantas. En total, casi 4.000 metros cuadrados con casi 100 metros de fachada que pesaban 35.000 toneladas. Durante la operación, la gente siguió acudiendo a hacer sus compras a las tiendas de la manzana como si nada estuviera pasando bajo sus pies.
Fueron necesarios 600 hombres y 6.000 gatos para levantar el conjunto 1.42 metros en el aire. Fue todo un espectáculo que atrajo a miles de curiosos, a los que el último día se les permitió caminar entre los gatos, debajo de los edificios. Después comenzó la construcción de las paredes de la nueva planta baja.
Al año siguiente le tocó el turno al Tremont House, un lujoso hotel de ladrillo construido en sobre un solar de más de 4.000 metros cuadrados. Como ocurrió con las tiendas de Lake Street, no fue necesario interrumpir la vida normal del edificio, que siguió albergando huéspedes mientras era alzado. Esta vez se necesitaron sólo 500 hombres y 5.000 gatos. Así fue como el edificio más alto de Chicago creció 1.8 metros, temporalmente.
Después se levantó el Edificio Robbins, de 46 metros de largo y 24 de ancho, y que al estar construido en hierro y ladrillos muy anchos era mucho más pesado que los anteriores. En total, unas 27.000 toneladas. Pese a la amplia experiencia que ya se tenía en el levantamiento de edificios, esta vez la elevada concentración de peso en un área pequeña supuso un nuevo reto, aunque la operación también se completó sin daño para el edificio.
Aunque la mayoría de los levantamientos se hicieron usando gatos mecánicos, se tiene constancia que al menos en uno de ellos, el de la Casa Franklinusó se usaron gatos hidráulicos. Según parece, el ingeniero que llevó a cabo la operación, John C. Lane, había usado anteriormente este método con varios edificios de San Francisco.
Pero en el centro de la ciudad, no todos eran lujosos edificios de ladrillo o hierro, sino que también había otros mucho más modestos que fueron construidos a la carrera durante la época de crecimiento vertiginoso de la ciudad. Estos edificios ahora parecían poco adecuados para el centro de una ciudad rica como era la Chicago de la época. Así que muchos de sus propietarios prefirieron reemplazarlos por otros nuevos de ladrillo. En algunos casos los edificios eran derribados, pero en otros muchos se optaba por otra maniobra aún, si cabe, más espectacular que la de los levantamientos.
Los edificios eran colocados sobre rodillos y trasladados hasta un nuevo emplazamiento, normalmente a las afueras de la ciudad. El traslado de edificios llegó a convertirse en algo tan rutinario que ya nadie se sorprendía al ver edificios siendo movidos de un lado para otro de la ciudad. En un principio las distancias eran más cortas, pero con el tiempo se atrevieron con distancias mucho mayores y se movieron también edificios de ladrillo.
Mientras los propietarios se ocupaban de sus edificios, el ayuntamiento comenzó la construcción del sistema de alcantarillado. Primero, se construían las nuevas cloacas sobre nivel del suelo original para luego colocar y conectar las acometidas de los edificios. Los colectores, que se situaban próximas al centro de la calle, podían ser de un de un diámetro que iba de 1 a 2 metros y estaban construidos en ladrillo. Una vez se realizaban todas las conexiones, se tapaban con tierra que se compactaba hasta llegar al nuevo nivel.
El nuevo sistema servía para recoger las aguas residuales de las casas, pero también estaba pensado para recoger el agua de la lluvia. Para ello, las calzadas de las calles tenían pendiente hacía sus laterales, de manera que el agua se dirigiera hacía los desaguaderos que se situaban en los bordes de la calzada. Las nuevas calles, construidas de esta manera, eran más secas que las anteriores y podían ser adoquinadas.
Durante casi veinte años, se levantaron unos cinco kilómetros cuadrados de ciudad, pero, finalmente, Chicago tenía un sistema de alcantarillado a su altura y las aguas estancadas y el barro desaparecieron de sus calles. Sin embargo, al cabo de un tiempo, los peores temores de Chesbrough se confirmaron. El río Chicago acabó contaminado y la suciedad que arrastraba acabó afectando la calidad del agua del lago Michigan.
La prolongación, más de 200 metros hacia el interior del lago, de la tubería de madera a través de la cual la ciudad captaba el agua no fue suficiente, y en los días de fuertes lluvias en que los colectores bajaban con más agua y más fuerza, los residuos llegaban hasta el interior del lago. Y, todo esto, a pesar de que la tubería estaba situada a casi 2.5km de la desembocadura del río Chicago.
En 1865, Chesbrough alejaría aún más el punto de captación del agua, con la construcción de un túnel subterráneo de más de tres kilómetros de longitud, el más largo construido hasta la época. La obra mejoró la situación, pero el problema no se acabaría de solucionar hasta la conexión de los ríos Des Plaines y Chicago y la modificación de la dirección de flujo de las aguas de este último, tal y como había previsto el ingeniero de Boston.
PS: La mayor parte de los edificios que se levantaron fueron destruidos unos años después durante el Gran Incendio de Chicago de 1871, que destruyó un tercio de la ciudad, incluyendo el distrito financiero situado en el centro de la ciudad.
Enlace permanente a De cómo Chicago tuvo que mover y levantar sus edificios del suelo al construir su alcantarillado
Chesbrough descartó la primera, pese a ser la mejor, porque la veía como una posibilidad muy remota y costosa. La de las granjas de fertilizantes, era un tanto incierta por depender su viabilidad económica de la demanda futura de fertilizantes. Además, tampoco quedaban claros los problemas sanitarios y de olores que las granjas podrían producir.
Litografía de otro del levantamiento de la Briggs House | Chicago Tribune
Entre desaguar directamente en el lago Michigan o a través del río Chicago. Chesbrough prefirió la última. Pese a hacer necesario ampliar y hacer más profundo el cauce del río, era menos costosa que la otra, que requería la construcción de más kilómetros de colectores. Sin embargo, Chesbrough era consciente de los problemas sanitarios que podría acarrear arrojar las aguas residuales al mismo lago del que la ciudad sacaba su agua potable. Con ese fin, propuso la construcción de un sistema que permitiera bombear agua del lago al cauce del rio para así diluir su concentración de contaminantes.
La ciudad, finalmente, siguió el consejo del ingeniero de Boston y se decidió por la construcción de un sistema de alcantarillado que desaguara en el río Chicago, aunque se descartó la instalación del sistema de bombeo por considerarlo costoso e innecesario. Aunque antes de comenzar la construcción de las nuevas cloacas, había que elevar el nivel de la calles. Chesbrough afirmaba que con la escasa pendiente que tenían las calles de la ciudad resultaba imposible que los colectores pudieran desaguar hacia el río.
En 1856, después de algunos encendidos debates, el ayuntamiento acabó de aprobando el plan para la construcción del nuevo sistema de alcantarillado y la elevación del nivel de las calles. El ayuntamiento sería el responsable de levantar el nivel de calzadas y aceras, pero era responsabilidad de los propietarios decidir qué hacer con sus edificios. Había varias opciones: levantar los edificios,convertir su antigua primera planta en sótano, una opción, sin duda, más sencilla y barata, o, si ninguna de estas opciones les convencía mover el edificio.
El mismo año de la aprobación ya se llevó a cabo el levantamiento del primer edificio de ladrillo. Todo un reto, pues el edificio tenía 4 plantas y 21 metros de fachada y pesaba unas 750 toneladas. Se necesitaron 200 gatos mecánicos para alzarlo 1.88 metros del suelo. Según destacaba el Chicago Daily Tribune en su edición del 26 de enero, el edificio no sufrió daño alguno durante el levantamiento. La operación tuvo un coste de 2.700 dólares de la época, a los que hubo que sumar los 2.300 de la construcción del nuevo sótano.
Fue todo un éxito para los ingenieros que dirigieron la operación, James Brown y James Hollingsworth, a los que a partir de entonces no les faltarían los encargos, convirtiéndose su empresa en la que más levantamientos llevaría a cabo. Ese mismo año levantaron otro edificio con una fachada de más de 30 metros de largo y en primavera del siguiente otro del doble de longitud.
Gracias a estos logros se fue ganando confianza en el sistema y se comenzaron a afrontar cada vez retos mayores. En una de las calles más emblemáticas de la ciudad, Lake Street, levantaron la mitad de los edificios de de una manzana, todos a la vez. Los edificios eran unos de piedra y otros de ladrillo, y su altura iba de las cuatro a las cinco plantas. En total, casi 4.000 metros cuadrados con casi 100 metros de fachada que pesaban 35.000 toneladas. Durante la operación, la gente siguió acudiendo a hacer sus compras a las tiendas de la manzana como si nada estuviera pasando bajo sus pies.
Fueron necesarios 600 hombres y 6.000 gatos para levantar el conjunto 1.42 metros en el aire. Fue todo un espectáculo que atrajo a miles de curiosos, a los que el último día se les permitió caminar entre los gatos, debajo de los edificios. Después comenzó la construcción de las paredes de la nueva planta baja.
Al año siguiente le tocó el turno al Tremont House, un lujoso hotel de ladrillo construido en sobre un solar de más de 4.000 metros cuadrados. Como ocurrió con las tiendas de Lake Street, no fue necesario interrumpir la vida normal del edificio, que siguió albergando huéspedes mientras era alzado. Esta vez se necesitaron sólo 500 hombres y 5.000 gatos. Así fue como el edificio más alto de Chicago creció 1.8 metros, temporalmente.
Después se levantó el Edificio Robbins, de 46 metros de largo y 24 de ancho, y que al estar construido en hierro y ladrillos muy anchos era mucho más pesado que los anteriores. En total, unas 27.000 toneladas. Pese a la amplia experiencia que ya se tenía en el levantamiento de edificios, esta vez la elevada concentración de peso en un área pequeña supuso un nuevo reto, aunque la operación también se completó sin daño para el edificio.
Aunque la mayoría de los levantamientos se hicieron usando gatos mecánicos, se tiene constancia que al menos en uno de ellos, el de la Casa Franklinusó se usaron gatos hidráulicos. Según parece, el ingeniero que llevó a cabo la operación, John C. Lane, había usado anteriormente este método con varios edificios de San Francisco.
Anuncio de John C. Lane en el que explica la superioridad de su método hidráulico | The Press and Tribune
Pero en el centro de la ciudad, no todos eran lujosos edificios de ladrillo o hierro, sino que también había otros mucho más modestos que fueron construidos a la carrera durante la época de crecimiento vertiginoso de la ciudad. Estos edificios ahora parecían poco adecuados para el centro de una ciudad rica como era la Chicago de la época. Así que muchos de sus propietarios prefirieron reemplazarlos por otros nuevos de ladrillo. En algunos casos los edificios eran derribados, pero en otros muchos se optaba por otra maniobra aún, si cabe, más espectacular que la de los levantamientos.
Los edificios eran colocados sobre rodillos y trasladados hasta un nuevo emplazamiento, normalmente a las afueras de la ciudad. El traslado de edificios llegó a convertirse en algo tan rutinario que ya nadie se sorprendía al ver edificios siendo movidos de un lado para otro de la ciudad. En un principio las distancias eran más cortas, pero con el tiempo se atrevieron con distancias mucho mayores y se movieron también edificios de ladrillo.
Mientras los propietarios se ocupaban de sus edificios, el ayuntamiento comenzó la construcción del sistema de alcantarillado. Primero, se construían las nuevas cloacas sobre nivel del suelo original para luego colocar y conectar las acometidas de los edificios. Los colectores, que se situaban próximas al centro de la calle, podían ser de un de un diámetro que iba de 1 a 2 metros y estaban construidos en ladrillo. Una vez se realizaban todas las conexiones, se tapaban con tierra que se compactaba hasta llegar al nuevo nivel.
El nuevo sistema servía para recoger las aguas residuales de las casas, pero también estaba pensado para recoger el agua de la lluvia. Para ello, las calzadas de las calles tenían pendiente hacía sus laterales, de manera que el agua se dirigiera hacía los desaguaderos que se situaban en los bordes de la calzada. Las nuevas calles, construidas de esta manera, eran más secas que las anteriores y podían ser adoquinadas.
Mapa del alcantarillado de Chicago en 1857 | Chicago Historical Society
Durante casi veinte años, se levantaron unos cinco kilómetros cuadrados de ciudad, pero, finalmente, Chicago tenía un sistema de alcantarillado a su altura y las aguas estancadas y el barro desaparecieron de sus calles. Sin embargo, al cabo de un tiempo, los peores temores de Chesbrough se confirmaron. El río Chicago acabó contaminado y la suciedad que arrastraba acabó afectando la calidad del agua del lago Michigan.
La prolongación, más de 200 metros hacia el interior del lago, de la tubería de madera a través de la cual la ciudad captaba el agua no fue suficiente, y en los días de fuertes lluvias en que los colectores bajaban con más agua y más fuerza, los residuos llegaban hasta el interior del lago. Y, todo esto, a pesar de que la tubería estaba situada a casi 2.5km de la desembocadura del río Chicago.
En 1865, Chesbrough alejaría aún más el punto de captación del agua, con la construcción de un túnel subterráneo de más de tres kilómetros de longitud, el más largo construido hasta la época. La obra mejoró la situación, pero el problema no se acabaría de solucionar hasta la conexión de los ríos Des Plaines y Chicago y la modificación de la dirección de flujo de las aguas de este último, tal y como había previsto el ingeniero de Boston.
PS: La mayor parte de los edificios que se levantaron fueron destruidos unos años después durante el Gran Incendio de Chicago de 1871, que destruyó un tercio de la ciudad, incluyendo el distrito financiero situado en el centro de la ciudad.
Enlace permanente a De cómo Chicago tuvo que mover y levantar sus edificios del suelo al construir su alcantarillado